martes, 11 de enero de 2011

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ÍNDICE
- Prefacio………………………………………………………. 7
- La fundación romana………………………………………...9
- Visigodos y musulmanes “sine vestigium transe”……….16
- El nacimiento de una nación; la emergencia
de una capital “Románico”………………….………….……20
- El centro de un imperio marítimo; el esplendor gótico
Arte, arquitectura civil y religiosa”....................................29
- Gárgolas “La vida en piedra”…..………………………….67
- Cátaros, dominicos y judíos…………...…….……………76
- La reinvención de Barcelona durante el imperio
Hispánico“Renacimiento”…………...…………….…..…...94
- La ciudad de los conventosBarroco”…………………...98
- Derrota absoluta y despegue
La Ciutadella, La Barceloneta, el control militar”...........107
- La era industrial “Un toque de neoclasicismo”………...117
- Abajo los conventos
Modernización y reforma urbana”..................................122
- Nuevos horizontes “Abajo las murallas”……...………...130
- Epílogo……………………………………………………...133
- Mapa, calles que se mencionan, su localización
y significado…………………………………………............135
PREFACIO
¿Preparando sus vacaciones en Barcelona; o quizás ya se encuentra entre nosotros? ¿Interesado en arte e historia? Sin duda, conocer el background de las cosas es de gran utilidad para reconocer edificios, contextualizar monumentos, entender a las gentes y el porqué de las tradiciones que descubrimos en nuestros viajes. Para saborear al máximo la carga histórica de las calles por las que planea pasear, déjenme introducirles en la Vieja Barcelona, aquel manantial en la bahía de los remotos íberos, aquella primigenia urbs de los romanos, a la tozuda ciudad fortificada de la Época Oscura, timón y comandante de un imperio marítimo en la Baja EdadMedia, industrioso y comercial emporio tocado por el espíritu de Hermes, dotada de la perseverancia de su padre mítico Hércules, un lugar para todos aquellos que un día tuvieron el sueño de la inquietud.








FUNDACIÓN ROMANA

Hace algo más de 2.000 años, en tiempos del emperador Augusto, tuvo lugar la fundación de ‘Barcino’. La nueva ciudad se encontraba en la trayectoria de la Vía Augusta. Tal como una parada en la carretera, Barcino se especializó en ofrecer ciertos servicios a los viajeros. En aquella pequeña ciudad romana se comercializaban los productos del territorio y el mar que la baña. Fue de esta manera como la manufactura y las actividades portuarias se desarrollaron.
Pero incurriríamos en una injusticia si al comenzar esta historia con los romanos obviásemos a los íberos que los precedieron. Ellos fueron el primer pueblo en civilizar estas tierras. Los íberos de la tribu laietana tuvieron un asentamiento en la actual Barcelona, cosa que testifican los silos que se encontraron en la montaña de Montjuïch. Pero pocas trazas de aquella civilización han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, el propio nombre de Barcelona podría venir de la lengua íbera: Barkeno (el manantial en la bahía). Siguiendo el debido protocolo, ese nombre fue latinizado y completado con una nomenclatura que incluía los necesarios honores y legalidades. De esta manera los fundadores romanos compusieron el nombre de ‘Colonia Iulia Augusta Paterno Faventia Barcino’. El término colonia hace referencia al asentamiento de legionarios retirados. Iulia era la familia del emperador Augustus i Faventia significa bendecido por los dioses. Así fue en el I Siglo A.C.

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Justo enfrente de la catedral, en el flanco derecho e izquierdo, aun aguanta una sección de las murallas romanas, con torres salientes cada 15 metros. Siguiendo las calles Tapineria, Sots tinent Navarro, Correu Vell, Avinyó, Banys Nous, de la Palla podrá delinear el perímetro de la primera ciudad de Barcelona, habitada por unos 1.500 habitantes. Delimitar esta área con la ayuda de dichas calles es básico para localizar el corazón del Casco Antiguo, allí donde se encuentran la mayoría de las instituciones de la ciudad y del país hasta nuestros días. Y dentro de ese perímetro, Barcelona permaneció hasta el final del Siglo IX. Al seguir esas calles se nos abrirá la contemplación de algunas secciones de las murallas romanas, más o menos intactas desde entonces, más o menos acertadamente restauradas.
¿De aquella ciudad romana, que preserva la ciudad de patrimonio romano? Junto con el paseo extramuros a lo largo de las citadas calles, también se puede caminar por los dos ejes viarios que ordenaban la ciudad. El Decumanus resigue las calles o ‘carrers’ Bisbe, Ciutat, Regomir. El Cardo Maximo se encuentra bajo los ‘carrers’ Call y Llibreteria. Decimos que se “encuentra bajo” ya que las civilizaciones acostumbran a poner tierra sobre el pasado. Por consiguiente, el pavimento que ahora pisan los barceloneses se eleva unos metros sobre el suelo que pisaron aquellos ciudadanos romanos de Barcino. Esto se puede constatar visitando el Museo de Historia de Barcelona, el cual nos lleva bajo tierra, prefigurándonos lo que fueron lavanderías romanas, una factoría de salsa de pez (garum) y una bodega de vino.
Otro de los restos romanos que vale la pena visitar es lo que queda del templo dedicado al emperador Augusto en el Carrer Paradís. La monumentalidad del orden compuesto, de como el poder se expresaba a través de las piedras, aun late en este escondite milenario. Y fuera del perímetro de las murallas, en la Plaça de la vil.la de Madrid encontramos un ejemplo de como los romanos enterraban a sus conciudadanos, al lado de las vías que conducían a las ciudades. Este principio elemental de higiene (los enterramientos extramuros) se fue perdiendo con el paso del paganismo al cristianismo. Tuvieron que pasar siglos, hacia finales del XVIII, para que Barcelona y la cristiandad en general volviesen a constatar la conveniencia de enterrar a los difuntos fuera de los núcleos habitados.
Y volviendo a las murallas, se puede apreciar las diferencias de tamaño entre los sillares de la parte inferior y los bloques de piedra más pequeños de la parte superior de la muralla. Esto se debe a que hacia el S. IV D.C. Barcino tuvo que reforzar sus defensas. Los ciudadanos de Barcelona, una mezcla de inmigrantes romanos y nativos íberos urbanizados y romanizados, decidieron que si su ciudad tenía que resistir a los ataques de las hordas bárbaras, sus murallas se tenían que ensanchar y elevar. Se rehizo toda la muralla de la primera época Augusta, dejando los grandes sillares de la parte inferior y completándolo con un cuerpo de piedras de menor tamaño en la parte superior.
Estas murallas, a lo largo de los siglos, a medida que fueron perdiendo su función defensiva originaria, se fueron reconvirtiendo en domicilios. Eran fáciles de vaciar ya que el cuerpo interior de las murallas era un relleno de materiales constructivos reciclados; todo compactado con mortero. Esto explica la profusión de diferentes tipos de ventanas que encontramos en las murallas, típicas de diferentes épocas. Este aprovechamiento de las murallas vino propiciado por la escasez de solares dentro de la ciudad. Y ello condujo a soluciones imaginativas como la de levantar un gran arco entre torre y torre (las que jalonan las murallas). Encima del arco se podía construir una casa, ganando así espacio al vacío.
Sin duda la herencia romana configura parte de la espina dorsal de nuestra cultura, como los hábitos culinarios o el mismo cristianismo. Pero sobre todas las cosas, la lengua latina es lo que con el paso de los siglos acabó confiriendo el hecho diferencial a estas tierras. Pese a posteriores influencias, el catalán es hijo del latín, la lengua que hablaban aquellos romanos que fundaron Barcino.
Aquella ciudad romana también nos dejó una heroína, una chica de 13 años que aún se recuerda y celebra en nuestros días. En los tiempos en que la fe cristiana se veía perseguida, una adolescente de Barcino llamada Eulalia fue sorprendida por las autoridades profesando aquella religión. Eran los tiempos de los emperadores Diocleciano y Maximiano, los cuales ordenaron a todos los gobernadores de las provincias romanas que se encargasen de perseguir a los cristianos. La adolescente cristiana resultó ser de familia patricia con lo que el gobernador Daciano aceptó perdonarla si se retractaba de su fe. La chica se mantuvo firme en sus convicciones religiosas y por ello sufrió martirio.
Se desencadenaron sobre ella una serie de torturas, hasta 13, tantas como su edad. Se la azotó, se le arrancó la piel, se tiró plomo hirviendo sobre ella y hasta se la puso dentro de un barril lleno de clavos y trozos de vidrio para que rodase calle abajo. Pero justo antes de desvanecerse, un ángel venía a salvarla de la muerte. Con lo que al final, desesperados, los romanos decidieron clavarla en una cruz en forma de aspa.
Eulalia o Laia se convirtió así en una mártir, ejemplo de rectitud y coraje pese a su tierna edad. Pasados los siglos, en la Edad Media, se encontraron sus santos huesos reservando para su veneración el espacio de la cripta de la catedral. Allí, bajo el altar, aun se preserva tamaña reliquia. En el trascoro de la catedral, así como en un rinconcito de la Baixada de St. Eulalia vemos representada en bajo relieve y azulejo la historia de aquella valiente adolescente. Las graciosas ocas del claustro de la catedral, aparte de ser el sistema de alarma al uso en tiempos pretéritos, es a la vez todo un homenaje a Eulalia. Cuenten el número de ocas que habitan este sombreado rincón interior de la antigua ciudad. Seguro que llegan a la cifra de 13, la edad de St. Eulalia cuando fue martirizada.
Y para finalizar este repaso a las huellas de la civilización romana, hagamos una ojeada a lo que queda del acueducto. Recuerden como el sistema de abastecimiento hídrico de las ciudades romanas era a través de un canal elevado el cual se levantaba sobre arcos de medio punto. De esta manera se transportaba agua de ríos distantes hacia la ciudad para después ser distribuida a nivel de tierra por sistemas de canales o tuberías de loza. Si van a la calle Duran i Bas verán una pequeña sección de aquel acueducto, incrustado en un edificio. El último fragmento de aquel acueducto, justo en el punto por donde entraba en la ciudad fortificada, se puede ver al principio de la C/ Bisbe.

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VISIGODOS Y
MUSULMANES
sine vestigium transe
Como es bien sabido, a partir del III Siglo D.C. las provincias romanas comenzaron a padecer la entrada de los llamados pueblos bárbaros. En la mayor parte de la Península ibérica fueron los visigodos los que se asentaron, instituyendo un reino regido por la ley germánica que adoptó tanto la fe cristiana como la lengua latina. Esta época es clave para Barcelona, ya que fue entonces cuando la pequeña ciudad romana comenzó a cobrar importancia. Crucial fue la estancia del rey Ataulfo con su esposa Gala Placidia. Entonces, el reino visigodo se extendía sobre la Provenza y gran parte de la Península ibérica.
Era el tiempo en que pequeñas y compactas ciudades fortificadas como Barcelona eran las mejores candidatas a repeler invasiones, resistir los asedios, evitar los saqueos y establecerse a la larga como capitales regionales. Y así fue, Barcelona superó a la gran urbs del norte peninsular, la Tarraco Imperial, devastada por sucesivas olas de bárbaros saqueadores. Des de entonces, y pese a que la capital visigoda se acabaría desplazando a Toledo, Barcelona disfrutaría y sufriría a causa de ese rol regional que nunca más ha abandonado.
De la época visigoda han llegado hasta nuestros días pocos vestigios, nada espectaculares y encima algunos escondidos bajo tierra. Una vez más, recomendamos una visita al “Museu d’Historia de Barcelona”. Allí, como resiguiendo una involución natural des de la civilización romana, se nos ilustrará sobre la importancia de la figura del obispo en la ciudad visigoda y de cómo éste se procuraba tener una productiva bodega de vino a fin de proceder a la comunión.
En ese recorrido subterráneo por la Barcelona visigoda también se pueden apreciar algunos segmentos de la primitiva catedral y una pila bautismal a modo de piscina. Una sociedad urbana encerrada en si misma, con una élite religiosa que controlaba el territorio circundante, se desarrolló dentro del perímetro marcado por los romanos sin llevar a cabo grandes transformaciones en el entramado viario. En la iglesia de “St. Just” se encuentran dos vestigios de la Barcelona visigoda: una pila de mármol para santiguarse y una lápida sepulcral al lado de la entrada. Curioso constatar como una civilización que nos ha dejado tan pocos testimonios fue aquella que llevó a una ciudad provincial romana a una posición de control y mando sobre este rincón de Europa.
En el 711 al hermano del último rey visigodo se le hacía insufrible que la corona hubiese recaído en la cabeza de su hermano. Enarbolando sus derechos sucesorios fue a pedir ayuda militar a los norafricanos los cuales ya habían asumido el Islam. Fue así como aquel ejército árabo-norafricano que vino como fuerza mercenaria para ayudar a una de las partes en disputa, una vez en la Península se dio cuenta de lo fácil que sería conquistar el entero reino visigodo.
Y ya saben la historia. Ni para un hermano ni para el otro, la Península ibérica iba a ser para los recién llegados. Suponen algunos historiadores que la rápida conquista musulmana tuvo que contar con la poca oposición de la población local, Hispano-Romanos dominados por una élite militar de origen germánico. Sea como fuere, en cuestión de pocos años, la ligera caballería guiada por Alá conquistó la práctica totalidad de la Península ibérica internándose también en el reino Franco hasta Narbona, siendo su avance interrumpido después de perder la batalla de Poitiers.
Sabemos poco de aquella Barcelona bajo dominación musulmana que pasó a llamarse Barshiluna. Ningún edificio de aquella época ha resistido el paso del tiempo. Y es que probablemente aquellos conquistadores no llegaron a construir ninguno. Por el nombre de la calle Regomir se nos antoja creer que hubo un rey llamado Gamir; siendo Regomir la contracción de Rey y Gamir. Entonces, con aquella ocupación la absorción de elementos culturales musulmanes fue muy superficial. Pero con el paso de los siglos la influencia musulmana iría calando tanto en la ciudad como en el país. Tener a los musulmanes como vecinos era en si un canal de comunicación. Pero con la conquista de Mallorca y Valencia, la importación de elementos culturales musulmanes se hizo aún más patente. El gusto por los azulejos es quizás el más visible de aquellas influencias que pervive hasta nuestros días.
La agricultura catalana así como la gastronomía se vio fuertemente transformada a raíz de aquel vecindazgo y conquista. La gran presencia en los platos y en la pastelería de los frutos secos, la alcachofa, berengena, naranja, limón, albaricoque… es una palpable herencia musulmana en Barcelona.









EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN - LA EMERGENCIA DE UNA CAPITAL

Románico
Con la conquista musulmana la población local tuvo que enfrentarse a difíciles elecciones: convertirse a la nueva religión; pagar más tributos si permanecían como cristianos; o escapar al Reino Franco. Aquellos que optaron por la última solución se convirtieron en refugiados que ejercieron su presión para que el rey Franco liberase la tierra de los godos, el norte de la Península ibérica. Eso sucedió con Carlomagno. Girona fue conquistada en el año 785 i Barcelona en el 801 por Luis el Piadoso. Los francos organizaron el área pirenaica como una zona de contención entre ellos y los musulmanes, llamándola Marca Hispánica. Esta área estaba compuesta por pequeños condados al frente de los cuales se encontraba un alto funcionario franco que ostentaba el título de conde.

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Los Pirineos se convirtieron no solo en una fortaleza natural sino en la cuna de la que surgiría la lengua catalana. (Des de la caída de Roma en el 476 los lazos entre los territorios del antiguo Imperio Romano se fueron perdiendo. Fue de esta manera como el latín, en su día una lengua unificada, se comenzó a hablar de maneras diversas en territorios que progresivamente eran más remotos unos de otros. La nación catalana germinó pues en el nido de los Pirineos. Pero pronto, aquellas gentes de montaña apegadas a la tierra encontrarían a su mejor comandante en la ciudad de Barcelona. Montaña y mar, espíritu pastoril y mediterranismo greco-latino, una aleación de probada virtud y resistencia tras 1.000 años de existencia.

801, una fecha a tener en cuenta; cuando Barcelona se reintegró a las formas de vida y organización cristianas tras 80 años de dominación musulmana que apenas dejaron testimonios edilicios. Aparte del nombre de Barselum que conocemos por algunas fuentes andalusís, apenas quedan trazos de la época de dominación musulmana. Ello no quita pero de que el mundo islámico fuera de gran importancia para aquella primigenia Catalunya. Aquel puñado de condados bajo dominación franca jugó un importante papel como correveidile entre la avanzada Córdova califal de Al-Andalus y la atrasada Europa de entonces. Monjes como los que profesaban en el monasterio de Ripoll en los Pirineos conocían el árabe, con lo que tratados de ciencia del sur se pudieron traducir y ser conocidos en el norte cristiano.
Estas décadas del Siglo IX son de un claro patrón Carolingio. Más allá de la pertenencia al Imperio carolingio, estas tierras se reincorporaron a la constelación cristiana. Se construyó entonces en Barcelona el primer palacio condal en la actual Plaça del Rei. Entrar en el mundo carolingio significó que Barcelona y Catalunya fueron partícipes de primera hora en la conformación de Occidente. Gracias a ello, junto con su poso de plena romanización y a su función de frontera entre la Cristiandad y el Islam, Barcelona se erigió como uno de los rincones más prósperos y cultivados de una atrasada Europa.
Recordemos pues como el rey franco que conquistó las tierras pirenaicas y el litoral hasta Barcelona organizó este territorio instaurando una serie de condados al frente de los cuales se encontraba un conde. Pero el hecho de que estas tierras se encontrasen tan alejadas del centro de poder franco junto con las dificultades dinásticas en el seno del Imperio Carolingio, propiciaron una progresiva independencia de facto de los condados catalanes. Pese a todo, se guardaban las formas, como se constata en la encuñación de moneda en que siempre se hace referencia al rey franco. O a la hora de jurar cargos también se hacía recordando que después de dios el señor era el rey franco. Mientras tanto, a lo largo de los siglos IX y X, una combinación de políticas matrimoniales y belicosidad llevó al conde de Barcelona a unificar bajo su tutela a la mayoría de condados catalanes.
Esta época de formación nacional vió la irresistible emergencia de Barcelona como capital de Catalunya, con los beneficios que ello reportó (especialmente por lo que se refiere al programo monumental así como a la demografía). Pero en el reverso, las cargas de esa capitalidad pronto también se iban a comprobar. Fue el terrible azote de Almanzor, en el 986. Por aquella época, en el iluminado Califato de Córdova, el gran caudillo Almanzor, “el victorioso por Alá” había recluido en su palacio de oro al Califa Hisham II tomando así las riendas del Califato. Con sus huestes, Almanzor comenzó una campaña que aterrorizó a los arrinconados reinos cristianos del norte peninsular, saqueando y arrasando lo que encontraba en su camino en busca de sumisión y tributos.
En vista de que Almanzor se aproximaba a Barcelona, el conde, consciente de la mayor fuerza militar a la que había de enfrentarse, pidió refuerzos a su soberano, el rey franco. Era la obligación de éste defender sus territorios, a sus vasallos. Y pasó que aquellos refuerzos nunca llegaron y Barcelona fue quemada, destrozada por las huestes de Almanzor. Así que el conde de Barcelona, visto el abandono del soberano sobre estas tierras, decidió cortar los lazos de vasallaje con el rey franco. Eso significaba una declaración de independencia de facto. Es por ello que en el 1986 el gobierno catalán celebró los 1.000 años de Catalunya con una campaña mediatica titulada “Catalunya, 1.000 anys”.
El estilo del momento era el románico, construido con el arco de medio punto y la bóveda de cañón. Eran edificios muy pesados, con escuetas oberturas, ya que se necesitaba toda la pared para funciones de descarga; espacios sombríos que empequeñecían al hombre ante la inmóvil fortaleza de dios. El aspecto compacto y el grosor de aquellos edificios eran también de utilidad para cuando aquellas iglesias o palacios tenían que ser usados como refugios, tanto ante ataques de infieles como de señores pendencieros.
Ejemplos de aquel románico son la capilla de “St. Llucia” integrada en la catedral, el “Palacio del obispo” (C/ Bisbe) y la iglesia de “St. Pau del Camp” (C/ St. Pau), con un campanario que da al conjunto ese aspecto de fortificación del que hablábamos. Probablemente, estas iglesias fueron utilizadas para resguardarse ante los frecuentes ataques que en aquella época recibió la capital de Catalunya. La fachada del antiguo monasterio de St. Pau del Camp, de mediados del Siglo XII, muestra una decoración tan simple como esencial: la cosmovisión de las gentes de aquel tiempo. Los dos dedos del creador dan la vida, que es toda la fauna representada en las arquivoltas, mientras que en los flancos el Tetramorphus de los evangelistas expresa el orden que la religión da a todo lo mundano. Otra interesante pequeña iglesia románica es St. Llàtzer (Lázaro), en la Plaça del Pedró. El ábside de la nave única, perfectamente enmarcado entre edificios, muestra las características arcuaciones ciegas del Románico lombardo.
Como el estudio de cualquier obra arquitectónica, esta iglesia refleja algo más que la pura maestría de los maestros de obras y picapedreros. Aquí, en St. Llàtzer, se encontraba el hospital de leprosos. Mientras que el obispo disfrutaba de su elevado status en el palacio, el cual conserva un generoso patio románico, el bajo clero se encargaba de la asistencia sanitaria y de la caridad.
Con el cambio de milenio la suerte comenzó a sonreír a los reinos cristianos, los cuales comenzaron a ganar territorio a los reinos musulmanes peninsulares. En el caso de Catalunya, la conquista de lo que se conoce como Catalunya Nueva (sur de la provincia de Lleida y Tarragona) hacia mediados del Siglo XII fue completada. Estas conquistas reforzaron el poder del Conde de Barcelona. Esto tuvo su reflejo en la fisionomía de Barcelona, ya que fuera de las murallas romanas comenzaron a aparecer barrios, creciendo así la ciudad.
También es bueno recordar que por aquel entonces la ciudad estaba cruzada por un par de rieras, las cuales tenían su nacimiento en la cercana Sierra de Collserola. Estas rieras desembocaban en una gran charca justo enfrente de la playa, contribuyendo así a la falta de salubridad general que padecían las ciudades medievales. Con el paso de los siglos, los cursos de esas rieras se fueron desviando y sus cauces acabaron configurando calles. Esto explica el caprichoso, sinuosos y amplio espacio que dibujan las Rambles y Avd. Portal de l’Àngel. De hecho, la palabra Rambla viene del árabe arenys que significa zona pantanosa.
Esos nuevos barrios que nacieron fuera de la zona amurallada se iban a especializar en funciones productivas y de comercialización, dejando el área intramuros para las clases dirigentes, las clases pasivas y sus instituciones: Ayuntamiento o Consejo de Cien, Palacio de la Generalitat, Palacio del Obispo, Casa de los Canónigos, Palacio del Archidiácono, etc… Ejemplos de aquellos nuevos barrios industriosos extramuros son St. Anna (alrededor de la iglesia del mismo nombre), el Pi o Pino (teniendo a la iglesia de St. Maria del Pi como epicentro) i el Born.
En la fachada del Ayuntamiento, en la Plaça St. Jaume, flanqueando la entrada hay dos esculturas. La figura de la izquierda es Jaume el Conquistador. Él es el padre de los Países Catalanes, conquistando en la primera mitad del Siglo XIII los reinos de Mallorca y Valencia. Las conquistas nunca han sido duraderas sin una masa poblacional que acepte al nuevo soberano o sin colonos dispuestos a emprender la aventura a cambio de mejores condiciones de vida que las que ofrece su país de origen. Y eso último es lo que pasó con las Islas Baleares y Valencia. Payeses de Catalunya fueron a habitar las nuevas tierras, llevando con ellos su lengua, el catalán.
Jaume I el Conquistador, aquel rey tan agraciado y triunfador también emprendió las obras de una nueva muralla. Aquella ingente obra pública se llevó a cabo hacia 1240. Las nuevas murallas garantizaron la protección a una mayor zona urbana, aquellos nuevos barrios arriba mencionados. Las murallas seguían las actuales Rambles, Ronda St. Pere, Passeig Lluís Companys, via central del parque de la Ciutadella, hasta llegar a la playa. Las calles de esos nuevos barrios nada tienen que ver con la ordenada parrilla viaria de la ciudad romana. La lógica de las calles medievales sigue un crecimiento orgánico que parte de la casa, configurándose la calle después de la acumulación desordenada de fincas. Estrechez y cierto arqueamiento de las calles es la característica principal de la falta de planificación urbana medieval.







EL CENTRO DE UN IMPERIO MARÍTIMO; EL ESPLENDOR GÓTICO
Arte, arquitectura civil y religiosa”

Hacia mediados del Siglo XIII Barcelona había asumido un papel preponderante en una Confederación Catalano-Aragonesa que se afirmaba como uno de los grandes poderes de la Cristiandad y el Mundo Mediterráneo. Y la expansión tan solo acababa de comenzar, creciendo con ella la ciudad hasta convertirse en la metrópolis de un imperio marítimo, engalanándose con palacios, iglesias de un sobrio estilo gótico, edificios civiles de una práctica belleza.

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Una fecha clave fue el 1107 cuando el Conde de Barcelona se casó con Peronella, princesa de Aragón. Con ello, al ser Aragón un reino, el hijo de ambos ostentaría tanto el título de Conde de Barcelona como el de Rey de Aragón. Pese a lo itinerante de las cortes de la época, la residencia condal-real se estableció en Barcelona, como lo atestigua la presencia en esta ciudad del Archivo de la Corona de Aragón. Que la Confederación Catalano-Aragonesa tuviese la corte real en Barcelona ejerció un indudable efecto positivo de magnetismo hacia esta ciudad.
El complejo del Palacio real, que data de la época carolingia, sobrevivió de milagro a las reformas urbanas de mediados del Siglo XIX y principios del XX. Des de la moderna avenida Vía Laietana se tiene una magnífica vista de esta acrópolis medieval. La delicada y altiva iglesia de St. Àgata, que fuera capilla real, tiene como curiosa característica el remate del campanario en forma de corona, como anunciando a locales y visitantes la presencia y estancia real.
La torre de la catedral también ofrece un buen puñado de mensajes con cuerpo de piedra, y dos de ellos de difícil interpretación. Una gárgola se asemeja a un caballero en su caballo. Pero mientras que el primero mira de frente el caballo tuerce el cuello hacia la calle adyacente. ¿Es esta gárgola una representación de San Jorge? ¿O quizás fue cincelada con la intención de dar a conocer donde se encontraban los talleres de los herreros? ¿Que necesita un caballo si no herraduras y a su turno un caballero espuelas? ¿No es demasiada coincidencia que a donde se dirige la mirada del caballo sea hacia la calle de los herreros, Freneria en catalán?
Y justo coronando una torre adjunta al campanario de la catedral vemos a un tímido pero visible caracol con largas antenas. ¿Se puso allí para simplemente recordarnos que las escaleras de su interior son de caracol? ¿O quizás sea el caracol una metáfora del lento pero inexorable discurrir de nuestro tiempo en la tierra? ¿O más mundano, no serán las largas antenas una señal que el picapedrero hizo a su mujer por serle esta infiel?
Encontramos este tipo de publicidad pétrea en otras partes de la ciudad. En el barrio del Born hay una figura femenina en alto relieve delicadamente tallada, justo en la esquina de una finca. Que la calle se llame Mirallers (espejeros) ha inducido a algún historiador local a aseverar que la cabeza es una metáfora de la principal virtud de un espejo, reflejar caras. Otros creen que la cabeza femenina era un señal identificativa de que cerca se encontraba un prostíbulo.
Continuando con las dependencias reales, visto des de Vía Laietana, se puede apreciar como se aprovecharon las murallas romanas para construir encima de ellas. La citada iglesia de St. Àgata se construyó parcialmente justo encima de un panel de muralla. La estatua ecuestre en bronce del conde de Barcelona Berenguer III es una buena figuración del tipo de personaje que rezaba en esta iglesia, en este rincón de la ciudad, planeando y controlando su patrimonio, un poderoso condado que creció hasta convertirse en un imperio.
Al lado de la mencionada iglesia de “St. Àgata” se abre el gran salón real de “El Tinell”, que comentaremos más adelante. Detrás de este salón, accediendo des de la vecina Plaça St. Iu, encontramos un patio ajardinado, el tranquilo y fresco rincón del Palacio Real. Una torre con una interesante familia de águilas-gárgolas y el palacio del virrey ya de época renacentista completan el recogido conjunto del Palacio Real. Des de aquí se decidió la suerte de mil batallas, guerras, conquistas marítimas, la defensa de un condado, la fama y engrandecimiento de una Confederación de reinos y principados; des de aquí, des de la Plaça del Rei, se dirigió un Imperio, la Corona de Aragón.
Esta época generó un ingente número de documentos. A veces tenemos la idea del Medievo como una Edad sin ley. Sin lugar a dudas muchas de las leyes distaban mucho de ser justas, pero leyes tenían. Tanto en política interior como en las Relaciones Internacionales las formas y apariencias legales se mantenían. Para una entidad política como la Corona de Aragón, una confederación con diversos reinos y tantas instituciones que hermanar y mantener en equilibrio, contrapoderes regios a la vez, la legalidad era una obligación.
Los condes de Barcelona, el primer magistrado de la Confederación, siempre fueron conscientes de la necesidad de preservar todo documento, tratado, contrato. Gracias a ello, la ciudad atesora un incalculable archivo que tras el del Vaticano es el más rico por lo que respecta a la Edad Media. Dicho archivo se encuentra en el Palacio del Lugarteniente (que comentaremos en el capítulo que cubre el Renacimiento) o más bien la sede institucional, todo un referente para cualquier estudioso de la Edad Media.
Como ejemplo del efecto llamada que ejerció la capitalidad para Barcelona, tenemos la iglesia de St. Anna. En la escondida Placeta de Ramon Amadeu, lo que hoy en día es una iglesia parroquial fue des de el 1141 hasta mediados del Siglo XVI un convento de la Orden del Santo Sepulcro. Esta orden fue fundada por el patriarca latino cuando los cruzados conquistaron Jerusalén. La sede central de la Orden del Santo Sepulcro en tierras de la Confederación Catalano-Aragonesa se hallaba en esta misma iglesia. Apreciamos des de fuera una estrecha obertura convexa típica de la arquitectura románica. En ese estilo se completó la primera fase constructiva del monasterio. Después se continuó con el primer gótico, con una vuelta de cañón apuntada.
A continuación, la nave más cercana al claustro ya adopta la bóveda gótica por antonomasia, la de crucería. Y al entrar en el claustro, ya se aprecia una completa evolución de la arquitectura hacia formas más ligeras, con los característicos arcos ojivales elevados sobre fajas de cañas.
Barcelona conserva unos cuantos claustros góticos, como el de la Catedral, el de la iglesia de “La Concepció” en C/ Lluria, o el aún habitado por monjas Monasterio de Pedralbes en las afueras de Barcelona. En todos estos lugares, cada año, hacia junio, por la fiesta de Corpus Christi acontece la curiosa tradición de “l’ou com balla” (mira como baila el huevo). El recogido espacio que configuran las cuatro alas de un claustro permanece durante todo el año como un quieto jardín interior, a veces con altos árboles, magnolias, palmeras, belenes en Navidad… En el centro de ese patio interior, o ligeramente desplazado, se encuentra una fuente con un chorro de agua proyectándose hacia arriba. Para Corpus Christi el jardín ofrece el más fastuoso de sus vestidos florales, concentrándose ese tapiz multicolor de pétalos en la fuente. Esta se alza, simplemente bella.
Justo encima del chorro de agua, en el punto álgido en donde esta erupción acuática de agua comienza a declinar, se coloca un huevo. Y no para de bailar, revolviéndose en un ciclo continuo. La lectura simbólica de esta tradición es profunda, siendo el huevo una representación del alma, el huevo que baila un símbolo de Cristo, de la resurrección de la carne, de la vida sin fin. El “ou com balla” lleva siglos celebrándose, des de 1440 probablemente. Es una excelente ocasión para visitar algunos de los patios que el resto del año permanecen cerrados al público (pidan en un punto de información un mapa sobre l’Ou com Balla), unos días en que se respira en los claustros un floral espíritu de vitalidad.
Todos estos claustros de los que hemos hablado fueron levantados en la Edad Media y se construyeron con la piedra local de las canteras de la montaña de Montjuïc. Aún se ve en algunas laderas de esta montaña (en coche a lo largo de la Ronda Litorial a la altura del Puerto o paseando por el Passeig de l’exposició) la impronta dejada por aquellas canteras, ahora tomadas por la vegetación. De aquellas canteras, en uso des de los tiempos de los íberos hasta el 1957, se extraía una piedra remarcable por su durabilidad. La piedra arenisca de Montjuïch es una mezcla de granos de diferente tipo, cuarzo sobretodo, junto con feldspat, moscovita, turmalina… todo conglomerado con los microcristales de silicio. Este gres silicio, por el juego cromático que da, ya tiene valor estético por si mismo. Y mutan los tonos de esta piedra al compás del humor cambiante de los cielos y el sol.
No solo se utilizó la piedra de Montjuïch para la construcción de edificios; era también la materia prima para elaborar las molas de los molinos. De hecho, a los picapedreros también se les llamaba molers (de moleros). La rugosidad de la piedra de Montjuïch era perfecta para la elaboración de la pieza angular de los molinos. Las molas de Barcelona eran apreciadas en los mercados internacionales y se exportaban por todo el Mediterraneo, a toda la cristiandad.
Y como todos los artesanos de la época, esos moleros vivían y trabajaban en la misma calle. La extensión que presenta la calle Moles nos ayuda a constatar la importancia de esta profesión durante muchos siglos.
Para romper con lo monocromo, el gótico catalán acostumbraba a utilizar otro tipo de piedra para los pilares sobre los que se abren los arcos de los claustros. Se escogía para este propósito piedra numolítica especialmente importada de Girona. La intención era recrear un espacio abierto de calma, reflexión, u ocio si se quiere, para monjes, canónigos y monjas.
Estos grupos eclesiásticos se beneficiaban del diezmo, de aportaciones con las que embellecer sus iglesias, del arrendamiento de fincas y propiedades que tenían por toda la ciudad. Y parte de ese enriquecimiento revertía después en la sociedad en forma de instituciones de caridad. Un buen ejemplo lo protagonizan los canónigos de la catedral. A la izquierda de la fachada de la catedral se encuentra un edificio en donde se daba de comer a los pobres de Barcelona. Es la llamada “pia almoina” (la pía limosna), con una característica galería en la planta superior, el cual es un elemento muy presente en los edificios tardo góticos y renacentistas de Barcelona. Observando una de las puertas de entrada, encima del dintel vemos un panel en bajo relieve en el que se ve una cruz rodeada de los elementos de la crucifixión. La razón de esta representación la encontramos en la advocación de la catedral, dedicada a la Santa Cruz.
También perteneciente a los canónigos era la “Casa dels Canonges”, en C/ Bisbe. Este edificio es un buen ejemplo de la operación de maquillaje neo-gótico romanticoide que experimentó el Casco Antiguo a principios del Siglo XX. Este edificio en donde vivieron los canónigos fue completamente rehecho con la intención de adecuarlo así a la idea contemporánea de lo gótico. Así que el resultado fue un conjunto de parches y cuerpos neogóticos de aires románticos que nada tienen que ver con el Gótico Catalán. Pero pese a la falta de autenticidad de aquella intervención el resultado fue un trabajo bastante fotogénico. ¿Quien se resiste a tirar una foto al puente que conecta la casa de los canónigos con el palacio de la Generalitat?
¿Y porque se alza un puente que conecta los dos edificios? En la época medieval, en el gobierno catalán se encontraban representados los grandes mercaderes, la casta militar o noble, y como tercer brazo del poder la alta Clerecía. Debido a que el primer y el segundo grupo siempre estaban a la greña se necesitaba del prestigio de una figura neutral para poner paz entre los dos bandos y desarrollar con normalidad los trabajos de la Generalitat. Aparte, el grupo social más cultivado eran los religiosos. Por todo ello, el presidente del Gobierno Catalán siempre era un miembro de la iglesia, obispo, arzobispo, abad o cardenal. Este tenía su residencia en la Casa de los Canónigos. Cuando el presidente se tenía que reunir con su gabinete, este tan solo tenía que atravesar el puente y pasar al edificio adyacente. Hoy en día, el despacho oficial y la misma residencia oficial del presidente de la Generalitat aún se encuentra allí, aunque los últimos presidentes siempre han vivido en otros domicilios.
Otro importante grupo “religioso” fue el de los Templarios. Como una compañía privada que arrienda sus servicios, fueron pieza clave en el movimiento cruzado ibérico. El poder territorial y la riqueza de la Orden del Temple necesitava de una representación cercana a la corte para así influenciarla y presionarla. Esta orden fue abolida por el Papa en 1312. Pero la Orden dejó huella en Barcelona, como lo atestigua el mismo nombre de la calle Templers y la iglesia que tuvieron en C/ d’Ataülf.
Los monjes-caballeros del Temple se encargaron de la educación de Jaume I. Este fue el heredero del rey Pedro I el cual fue vencido y muerto en la batalla de Muret en 1213. Esta derrota no sólo desencadenó la aniquilación de los cátaros sino que también supuso la quiebra de la expansión catalana hacia el norte. Des de comienzos del Siglo X los condes de Barcelona habían centrado sus esfuerzos en reunir los condados al norte y sur de los Pirineos bajo su vasallaje. Pero este proyecto se vino abajo tras la Batalla de Muret cuando el rey francés incorporó la Provenza y Occitania al reino de Francia.
La consecuencia para Catalunya o para el conde de Barcelona, ahora que la vía hacia el norte se había visto interrumpida, fue que la expansión se tuvo que redireccionar hacia el sur y mar adentro. En 1229 Mallorca y en 1239 Valencia fueron conquistados por Jaume I, llamado el Conquistador. Estos territorios, junto con el Principado de Catalunya, el Estado andorrano, el Departamento francés de los Pirineos Orientales (Rosselló), la franja oriental de Aragón y la ciudad sarda de Alguer, conforman los Países Catalanes, una comunidad lingüística-cultural.
El comercio mediterráneo progresaba de la mano de la manufactura artesanal. Ésta, organizada en cofradías y gremios, tenía una gran participación en la política de la época. Aún hay muchos nombres de calles en Barcelona como: espejero, sombrerero, curtidor, algodonero, vidriero, daguero, librero, etc…
De hecho, se puede dibujar una urbanografía localizando en los diferentes barrios funciones políticas, religiosas o profesionales. A grandes rasgos podríamos ordenar los nombres de las calles en tres grupos: nombres de santos; nombres de artesanías; y autoridades. Los últimos se concentran en el núcleo del casco antiguo, lo que corresponde a la Barcino romana. Allí se encuentra el Carrer dels comtes (Condes), Veguer (algo así como un sheriff), Bisbe (obispo). Y es que en esta parte de la ciudad residían los mandatarios, las clases pasivas. Por el contrario, en el barrio de El Born los nombres hacen referencia a espejeros, porteadores, cardadores, teñidores, herreros, blanqueadores, vidrieros, etc… Las clases productivas pues, se encontraban por aquellas calles.
Si visitan el claustro de la catedral, así como otras iglesias de Barcelona, presten atención a las losas sepulcrales del suelo. Maestros de diferentes profesiones pagaron auténticas fortunas por tener el honor de ser enterrados en estos sacros lugares (más cerca de las reliquias que el adyacente cementerio en el exterior de la iglesia). Con una mirada atenta descubriremos una serie de signos en bajo relieve, aquellos identificativos de diferentes profesiones como tijeras, zapatos, árboles con abejas de los candeleros…
Los bienes exportados principalmente en esta época eran los tejidos, cuero, piedras de molino, bienes de lujo como coral, azafrán del sur o perlas extraídas del mar de Barcelona (cuando este era azul). El cargo de vuelta incluía trigo (proveniente de Sicilia), oro de Alejandría, esclavos y hasta reliquias.
“El último judío” en el que Noah Gordon novela la importancia de las reliquias en la época medieval nos puede ayudar a entender el valor que se otorgaba a estas piezas en la Edad Media. En Barcelona, la capilla real de St. Ágata era especialmente rica en reliquias. La adquisición de reliquias formaba parte incluso de las negociaciones diplomáticas que llevaba a cabo la cancillería. En una de esas misiones diplomáticas se consiguió una reliquia especialmente preciada, la losa donde se depositaron los pechos de la martirizada santa siciliana. Que mejor reliquia para la capilla de St. Ágata que aquella piedra!
En relación con aquella sociedad que fue creciendo al aliento del comercio mediterráneo, el lugar imprescindible a considerar es la “Llotja” (lonja), en Pla de Palau. El gran edificio exento neoclásico de 1776 esconde un magnífico salón gótico de la segunda mitad del Siglo XIV, abierto por cuatro esbeltos y poderos pilares que se transforman en una serie de amplios arcos diafragma que soportan un artesonado pintado. Este fue el lugar de reunión de los mercaderes. Aquí se consumaban acuerdos, contratos, iniciativas empresariales de comercio tanto con tierras cristianas como musulmanas (pese a las reiteradas prohibiciones papales).
El palacio de los mercaderes era también el centro des de el que se organizaban los consulados catalanes a lo largo del Mediterráneo y Atlántico. Toda aquella actividad mercantil originaba importantes problemas, especialmente de aseguranzas. Ello desembocó en la necesidad de contar con una legislación marítima que fuese respetada por todas las partes. Y esto es lo que se hizo en este edificio, en “La Llotja”, la compilación de un texto de Derecho marítimo llamado el “Llibre del Consulat de Mar”, un libro que es la piedra fundacional del Derecho marítimo.

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La obertura y consolidación de rutas marítimas para los barcos catalanes, mallorquines y valencianos requería en ocasiones de la firma de tratados de amistad entre diferentes reinos, o en otras ocasiones directamente la conquista para tener acceso a determinado mercado. A lo largo de los siglos XIII, XIV y XV nuevos territorios se incorporaron en la Corona de Aragón, integrándose como “socios” o súbditos en la Confederación Catalano-Aragonesa. Aparte de Aragón, Valencia, Mallorca y Catalunya, Sicilia, Cerdeña, el reino de Nápoles y Atenas y Neopatria en Grecia estuvieron un día bajo el dominio del Conde de Barcelona. Barcelona fue la residencia regular del conde-rey, hasta el 1442, cuando Alfonso el Magnánimo se instaló en Nápoles. Hasta entonces, en Barcelona arribaba parte de toda aquella riqueza generada en aquel Imperio marítimo. Por esta razón encontramos tantos edificios góticos en la ciudad.
Con la mencionada piedra de Montjuïch se levantaron numerosos edificios en aquellos tiempos, religiosos como la “Catedral”, “St. Maria del Pi”, “St. Maria del Mar”, “St. Just”, “el monasterio de Pedralbes”... Bajo la etiqueta de arquitectura civil se encuentran los palacios que hoy en día albergan el Museo Picasso, las “Drassanes” (astilleros), “Hospital de la Santa Creu”, “La Llotja” (visita restringida), y los palacios del Ayuntamiento y el Gobierno Catalán. Las visitas gratuitas que cada domingo ofrece el Ayuntamiento es una excelente oportunidad para admirar el salón del “Consell de Cent” (consejo de cien). “La Generalitat” se puede visitar también gratuitamente cada segundo domingo de mes.
El interior del Ayuntamiento en Plaça St. Jaume nos transporta a la Edad Media; no solo por su arquitectura gótica civil sino también por la épica narrada en una de sus salas. Los frescos de el “Saló de les Cróniques” narra con una profundidad y gigantismo visual muy atractivo la conquista de Atenas y la “Venganza Catalana”, desatada cuando el hijo del emperador de Bizancio traicionó a Roger de Flor. El trabajo de Josep Maria Sert nos acerca de una manera herculanea y heroica a la belicosidad y conquistas de aquellos tiempos, mientras que el trabajo de marquetería de el “Saló del Consolat de Mar” nos muestra la extensión geográfica de la Confederación Catalano-Aragonesa, la Corona de Aragón. Como narran las crónicas medievales, en aquel tiempo, ningún pez se atrevía a saltar sobre las aguas sin mostrar en su cola las cuatro barras rojas sobre fondo dorado. La llamada senyera, que originariamente fue el escudo de armas de la familia condal, es uno de los símbolos más repetidos por toda la ciudad.
Otro remarcable edificio del gótico civil es el llamado “Saló del Tinell”. Las austeras paredes de la Plaça del Rei esconden uno de los salones góticos más esplendorosos de la cristiandad. Una vez más, al igual que en otras obras religiosas o civiles, podemos apreciar la generación de un espacio amplio e ininterrumpido. Esto se consiguió levantando magníficos arcos diafragma de medio punto o ligeramente apuntados sobre los que se asentaba un sistema de vigas o artesonado ricamente pintado. Esta solución surgió probablemente del influjo de los vecinos mudéjares. “Aquellos a los que se les permitió quedarse” significa literalmente la palabra Mudéjar. Fue el arte arquitectónico que se desarrolló en tierras cristinas por gentes de tradición musulmana.
En una de las paredes del citado “Saló del Tinell” se puede apreciar un fresco mural de gótico lineal en el que se narra la conquista de Mallorca. El gran salón hoy desnudo para mejor contemplación de sus virtudes espaciales era la recepción real. Nos podemos imaginar, presidiendo la sala, enfrente del fuego, los tronos del rey y de la reina, impartiendo justicia, recibiendo a embajadores, nobles y realeza, celebrándose fiestas y banquetes.
Todos los grandes edificios góticos de la ciudad comparten el mismo sentido espacial, desplegando en forma de salón un espacio unitario. Como comenta Alexandre de Cirici en sus estudios sobre el Gótico catalán se dan pocas concesiones a la decoración (grandes lonas probablemente decoraban entonces las desnudas paredes de piedra de una solemne austeridad), una linealidad muy pura y en las iglesias unas características torres octogonales exentas acabadas en terraza. Debido a estos rasgos diferenciales hablamos de Gótico Catalán en contraposición con el gótico desarrollado en otras partes de Europa, en donde las naves son más estrechas y el aspecto exterior de los edificios es mucho más ligero. En el gótico catalán el exterior tiene algo de masivo y contundente. Especialmente en las iglesias apreciamos este marcado contraste entre el cerrado aspecto exterior del edificio y la abierta grandeza de sus interiores.
El Gótico Catalán, emparentado con la arquitectura que se desarrolló en Occitania y exportado a lugares como Valencia, Mallorca, Cerdeña, Sicilia o Nápoles, nunca abandonó el espíritu románico. Esto se puede constatar en el empleo de anchos contrafuertes que absorben el peso de los nervios que forman las bóvedas del interior. Esos contrafuertes atraviesan la pared y dentro de la nave o naves se aprovecha el espacio entre contrafuerte y contrafuerte para abrir las capillas. Esto explica la proliferación de capillas, como en la catedral en donde se hallan hasta 53 de estas auténticas iglesuelas.
Cada una de estas capillas esta dedicada a diferentes santos. Durante la construcción de la catedral, que llevó un siglo y medio, diferentes cofradías (de los gremios artesanales) o familias nobles patrocinaron la construcción y decoración de las diferentes capillas. Por lo que respecta a las cofradías, sus capillas se dedicaban al patrono de su profesión, con una historia ejemplar de martirio vinculada a su labor. Los zapateros por ejemplo tenían a Marcos como santo patrón mientras que los carreteros tenían a St. Antonio Abad. Los retablos de esas capillas de las cofradías narran la historia de su santo patrón mientras que por la pared y la bóveda aparecen elementos pintados o en bajo relieve identificativos de la profesión. Adecuaciones, cambio de amos, incendios o bombardeos explican la diversidad de estilos que despliegan las capillas. Restan unas diez capillas supervivientes, tal y como se estilaba en la Edad Media, con su decoración original.
Hacia los siglos XIV y primera mitad del XV la manera de honorar a dios y narrar la vida de Cristo, María y los santos eran la tempera sobre tabla, en el estilo gótico internacional. El contorno de las figuras aparece finamente trazado, mostrando con todo detalle en sus vestimentas su dignidad, su santidad realzada con los fondos de pan de oro. Y más allá de su valor artístico y patrimonial, estas pinturas son una importante fuente, un inestimable documento histórico que nos enseña la vida doméstica de la época, vistas de la Barcelona medieval o las mismas caras de los donantes. En el tratamiento de las expresiones faciales de los personajes representados ya se puede apreciar el naturalismo y la penetración psicológica, mientras que la rica descripción de los pavimentos parece ensayar la perspectiva lineal.
Quizás el más rico de estos retablos del gótico internacional, ya mostrando un naturalismo pre-renacentista, sea el que se encuentra en el ábside de la iglesia de St. Ágata. En este caso podríamos hablar igualmente de influencias del gótico flamenco. Representa la Epifanía, con los tres Reyes Magos. Ya solo por el tamaño del retablo, la profusión de detalles (especialmente en la vestimenta de los reyes), el generoso empleo de pan de oro en algunas partes del fondo, nos podemos imaginar el elevado coste y el tiempo que se necesitaba para completar una obra de estas características.
La centralidad del rey mago que se encuentra arrodillado y la luz que irradia de él nos informan del disimulado pero auténtico protagonista de la obra, el Condestable de Portugal. Era el tiempo de la Guerra Civil catalana. Estando la Generalitat enfrentada a su propio rey Joan II por no respetar los Derechos y Libertades de Catalunya, se le dio la corona al Condestable de Portugal. Pero el Condestable murió al poco de acceder al trono. La melancolía que refleja la expresión de aquel malogrado joven rey parece haber quedado como un signo del largo deseo por recuperar la soberanía perdida.








Aparte de algunas piezas en la Catedral, otras pinturas de Gótico Internacional así como de Gótico Flamenco se pueden admirar en el MNAC (no se pierdan la “Verge dels Consellers"). El Museo Nacional de Arte de Catalunya, aparte de su colección gótica, cubre de manera singular la Alta Edad Media, con la más rica y extensa muestra de frescos románicos de Europa. A principios del Siglo XX, estos frescos fueron arrancados con la técnica del strappo de su emplazamiento original que eran las iglesias de los Pirineos. Ello se hizo con la intención de evitar su saqueo por coleccionistas de arte. Una vez extraídas las pinturas de aquellas paredes milenarias se enrollaron, se pusieron en cajas y se llevaron a Barcelona, haciendo posible su preservación y exhibición.

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Otro museo, con un rico fondo de Vírgenes Marías con el niño y crucifixiones, es el “Museu Marés”. Su emplazamiento no podía ser mejor, justo al lado de la catedral y el Palacio Real. Ambos museos mencionados pueden ser un buen complemento a su itinerario gótico. Y es que el paso de los siglos, especialmente las consecuencias del anticlericalismo del Siglo XX, dejó muchos de los interiores de las iglesias góticas huérfanas de su decoración original. Así que después de visitar algunos de los edificios religiosos o civiles de los siglos XIV y XV, para un mejor entendimiento de estos grandes continentes, vale la pena visitar esos museos para hacerse una idea del efecto total, el contenido en su continente.
Hasta el primer tercio del Siglo XIV las empresas militares y comerciales sonrieron a estas tierras y Barcelona comandó un Poder Mediterráneo en continua expansión. Por mar, el principal enemigo a combatir fue Génova. El control de Córcega fue una de las principales disputas entre aquellas dos potencias marítimas. También con el Papado estuvo durante un tiempo enfrentada la Corona de Aragón. El Conde-Rey Pere el Gran, después de conquistar Sicilia, tuvo que soportar una excomunicación ya que el Papa reclamaba Sicilia como su feudo. En tierra firme, Francia por el norte y Castilla por el Sur y Oeste fueron las permanentes amenazas para la paz en la Confederación. Y fue probablemente a raíz de la Guerra con Castilla (la Guerra de los dos Pedros, el Ceremonioso contra el Cruel) que el Conde-Rey decidió levantar una segunda anilla de murallas, protegiendo así a todo un barrio que había surgido fuera de las murallas que discurrían por la Rambla.
Toda el área comprendida entre las Rambles y Avd. Paral.lel, a lo largo de C/ Hospital y C/ Tallers, había sido habitada des de el Siglo XIII. A fin de dar una protección a las gentes que vivían y trabajaban allí, así como asegurar para la ciudad un huerto y granja con el que alimentar a Barcelona en caso de asedio, Pedro III (IV para Aragón) decidió fortificar este nuevo barrio.
Las murallas estaban muy presentes en la psicología del ciudadano y determinaban su manera de entender la ciudad. Más allá de su ocasional función protectora, las murallas conducían al sentimiento de estar encerrado, y es que los trece portales se cerraban por la noche después de la llamada “campanada del ladrón”. En cierta medida, aquellos ciudadanos vivían en su microcosmos urbano. Y el pequeño pasillo que se habría entre la muralla y las casas se convirtió en un espacio dado a las más impías de las transacciones. Los portales de las murallas eran el lugar de imposición de impuestos para los bienes que entraban en la ciudad. Todos los bienes que accedían a la ciudad amurallada, como lana, carne o sal pagaban impuestos en beneficio del Rey, el Obispo, el “Consulat de Mar” (Autoridad Portuaria), el Ayuntamiento y la Generalitat (gobierno catalán).
Las dos últimas instituciones todavía perviven en el mismo emplazamiento de antaño, en la Plaça Sant Jaume (San Jaime), la figura del cual se ve a caballo en la esquina de un edificio de esa plaza. Esta escultura que se ve a cierta altura decora hoy la sede de una caja de ahorros. Y no es por casualidad que en ese edificio haya una institución financiera. En la Barcelona medieval, exactamente allí, se encontraba la “Taula de canvi” (mesa de cambio). Al igual que Brujas, Venecia o Genova, Barcelona desarrolló tempranamente unos servicios financieros requeridos por una sociedad la riqueza de la cual nacía del comercio. Divisa extranjera como los florines de Florencia, los ducados de Venecia o los Maravedíes de Castilla se intercambiaban por los “croats” (cruzados) del Principado. Para aquellos interesados en la numismática de tierras catalanas, el MNAC ofrece una didáctica exposición sobre esta cuestión. Y si quieren ver el aspecto exterior de la antigua Fabrica de la Moneda, la Seca, la encontrarán en C/ Flassaders. El escudo real sobre una amplia entrada por la que salían los carruajes cargados del pesado metal, nos informa de como la monarquía controlaba la emisión de moneda.
Volviendo a la Plaça St. Jaume, en la fachada del Ayuntamiento, vemos dos esculturas de tamaño considerable. Al lado del ya mencionado Jaime el Conquistador tocado con dorada corona, se alza la figura de un altivo Consejero, representante de aquellos mercaderes tan celosos de preservar la autonomía local. Su nombre es Joan Fiveller, y la historia que sigue ejemplifica los esfuerzos de Barcelona por mantener el equilibrio de poder entre la autoridad civil y el rey.
En el 1410, después de que la Casa de Barcelona se extinguiese sin heredero legítimo, se tuvo que proceder a la elección de un nuevo monarca. Este vino de Castilla, en donde reyes y monarcas tenían una relación más intrusiva con vasallos y burgueses. Pero pronto Fernando de Antequera, una vez entronizado con la Corona de Aragón, iba a descubrir que reinar en la Confederación Catalano-aragonesa era bastante diferente que hacerlo en Castilla. Pasó que el nuevo rey tomó sus provisiones de carne sin haber pagado los impuestos sobre esta. El impuesto sobre la carne (vectigal) era un ingreso del Ayuntamiento y este no iba a renunciar a lo que le pertocaba, incluso delante del rey.
Fue así como el Consejo de Cien, la asamblea general del Gobierno local, encargó a su “Conseller en Cap” (Consejero-Jefe), Joan Fiveller, para que comunicase al rey la obligatoriedad de pagar el impuesto sobre la carne. Su majestad respondió muy ofendido a este requerimiento diciendo que en su país de origen los reyes evadían los impuestos. El consejero se mantuvo en sus trece, insistiendo que las leyes debían ser respetadas por todos, sin importar dignidad ni rango. Al final, el rey cedió. De esta manera, la figura de Joan Fiveller devino un símbolo de cómo las libertades ciudadanas están por encima del capricho de reyes o Estados irrespetuosos.
Otro de los grandes santos caballerescos es San Jorge, la figura del cual se puede ver en el frontal del Palacio del Gobierno catalán, en una grácil representación de la historia del caballero salvando a la princesa de las fauces del dragón. Jordi, Jorge en catalán, está representado profusamente por toda la ciudad, en forma de esculturas, bajos relieves y una cruz particular, la cruz de San Jorge (una cruz griega roja sobre campo blanco). En 1456 el gobierno catalán hizo de San Jorge su santo patrón y decretó el 23 de Abril como día de celebración, y desde entonces se viene festejando.
El mito de San Jorge da mucho juego simbólico. En línea con los fantasmas, enemigos o dificultades de cada época, la lucha del valiente caballero contra el temible dragón ha tenido diferentes lecturas: el bien contra el mal, el cristianismo contra los infieles, Catalunya contra España…
La cruz que representa a San Jorge se utilizó como la marca para anunciar la implicación del Gobierno catalán en la creación y financiación de diferentes instituciones. Ese detalle de la cruz se puede ver en un sinfín de edificios en Barcelona. El propio escudo de la ciudad de Barcelona, junto con la bandera catalana, se compone de la cruz de San Jorge, como también pasa con el escudo del Barça. El escudo de Barcelona es pues la fusión de las cuatro barras (que fue la enseña de la casa condal y posteriormente real) con la cruz de San Jorge (que representa el poder civil). Tenemos con ello el espíritu de la Barcelona medieval, aquel “cap i casal” (cabeza y casa) que comprendió que su prosperidad se basaba en el equilibrio entre la influencia y honor del conde-rey y las libertades y derechos defendidos por el Ayuntamiento y el Gobierno catalán.
El sistema político desarrollado en Catalunya se encontraba a medio camino entre las Ciudades-Estado República italianas y las Monarquías feudales. Cada actor tenía sus competencias y responsabilidades. El parlamento se reunía regularmente y las Constituciones fijaban el papel y derechos de cada parte. El Pactismo, el arte de negociar y llegar a acuerdos, hizo posible el reajuste de posiciones necesario ante nuevos retos o amenazas.
En el primaveral día de St. Jordi muchos balcones se visten con “senyeres", la bandera catalana. Y en las calles, ramblas y avenidas del país se disponen un sinfín de paradas de libros y rosas. Fue en un día de San Jorge cuando fallecieron Shakespeare y Cervantes. Así que en homenaje a esos grandes literatos, los libreros de Catalunya sacan a la calle sus tiendas, ofreciendo un 10% de descuento en sus productos. También muchas editoriales escogen ese día para lanzar nuevos títulos, mientras que autores nacionales e internacionales se sientan en Les Rambles en los puestos de libros firmando sin parar libros a sus fans deseosos de un autógrafo.
Junto a esta fiebre de libros, donde todo el mundo compra algún libro para regalar a algún ser querido, tenemos la tradición de la rosa. En la historia de San Jorge, de la sangre derramada en la tierra por el dragón batido por San Jorge creció vigoroso un rosal. De él San Jorge tomó una rosa que se la ofreció a la princesa y así la pareja certificó su amor. Al igual en nuestros días, el 23 de abril, la ciudad se llena de un millón de rosas. El novio le dará uno a su novia, el esposo a su mujer, el sobrino a su abuela… Rosas y libros, el rojo de las rosas, y amarillo de la senyera, el verde de la primavera, amor y lectura, todo en un día laborable, una gran celebración civil.
Una excursión a la montaña del Tibidabo nos puede ayudar a dibujar como físicamente aparecería en la Edad Media la Barcelona amurallada. Podemos imaginar la sensación de libertad de un campesino huyendo de su Señor al divisar la gran ciudad. Y es que las ciudades eran puertos de libertad. Por eso aquello de que “el aire de la ciudad os hará libres”, que más que un verso es un hecho legal de la época. Después de un año y un día de residencia en la ciudad, el señor ya no podía reclamar ningún derecho sobre su antiguo vasallo, el cual pasaba a ser un ciudadano libre. Éste tenía que cruzar la frontera, la línea de murallas, que se encontraba a lo largo de Passeig Lluís Companys, Ronda St. Pere, Ronda Universitat, Ronda de St. Antoni, Ronda de St. Pau, Avd. Paral.lel. En esta avenida, un buen panel de murallas ha sobrevivido al desmantelamiento de las murallas acontecido en 1854.
Contiguo a esta sección de las murallas medievales que se han conservado se encuentran los antiguos astilleros. Es un edificio único en Europa y su construcción se remonta a mediados del Siglo XIV. Hoy en día alberga el Museo Marítimo que nos ayuda a comprender la importancia que el mar siempre ha tenido para estas tierras. Pero originariamente, en el amplio espacio que cobijan las cubiertas a dos aguas que se levantan sobre pilares cuadrados que desarrollan arcos diafragma, la actividad era la construcción de barcos. Así pues estamos hablando de una construcción fabril medieval, un primoroso ejemplo de arquitectura civil gótica. Esta funcionalidad, austeridad, alergia a elementos decorativos, fue durante muchos siglos considerada como muestra de un gótico pobre y de segunda fila. Hoy en día hasta se alaba como un precedente de la arquitectura moderna, del minimalismo, del “menos es más”.

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En el área del Casco Antiguo conocida como El Raval, junto con las mencionadas “Drassanes” o astilleros, destaca el conjunto del antiguo hospital situado entre C/ Hospital y c/ Carme. Parcialmente financiado por el capítulo de la catedral, el hospital lleva el nombre de la Santa Cruz (tal y como la misma catedral). El visitante podrá pasear por un generoso patio ajardinado, centrado por una fuente y un pasillo de naranjos. Recordemos como este árbol era especialmente apreciado como fuente de verde frescura ante los malos olores provocados por la falta de higiene pública y personal. La fragancia que desprenden las flores de azahar junto con el incienso de las iglesias ayudaba a mitigar los malos olores que se respiraban en las ciudades medievales. La primera piedra del hospital se puso durante el reinado de Martín el Humano en el 1401. El edificio gótico tiene dos plantas y se organiza en tres alas desplegándose un claustro en la zona ajardinada.
La planta baja se cubre con una arriesgada amplia bóveda de crucería rebajada sobre la que se alza la segunda planta, cubierta en este caso con contundentes arcos diafragma apuntados que soportan una techumbre a dos aguas. El cierre del edificio cuenta con gruesas paredes de discretas aberturas con arcos ojivales. La generosidad de la luz mediterránea hacía innecesario abrir grandes ventanales. Des de fuera se aprecian los grandes contrafuertes que incrustados en la pared acompañan a esta en toda su altitud. Esto nos ayuda a comprender el juego de cargas, como se soporta el amplio y alto espacio de las tres alas del edificio.








La austeridad de la arquitectura catalana del momento tiene su explicación. En Catalunya tuvieron gran implantación las órdenes monásticas que predicaron la pobreza. Des de el Siglo XII la orden del Císter ya había ayudado en el proceso de colonización de nuevas tierras. La voluntad de aquella Orden de seguir el ejemplo de pobreza de Jesús se vio reflejada en la austeridad decorativa con que construyeron sus monasterios. En medio de un paisaje de viñedos prácticamente intacto des del tiempo en que aquellos monjes colonizaran estas tierras, surgen los monasterios de Poblet y Santes Creus, grandes ejemplos de austeridad arquitectónica, espiritualidad construida en piedra.

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Pasado un siglo, la llegada de las Órdenes mendicantes Franciscana y Dominica insistieron en aquel voto de pobreza. Ello también tuvo su fiel reflejo en los conventos que aquellas Órdenes levantaron en la ciudad de Barcelona. El estilo y las maneras constructivas de las Órdenes monásticas mencionadas dejaron su impronta en la sociedad catalana de la época.
Otro factor que explica la austeridad del Gótico Catalán fue el carácter comercial de la sociedad que lo vio nacer. Es cierto que había un rey, un obispo, alta clerecía y nobles poderosos en la ciudad. Pero el grupo que fijaba el carácter de la ciudad siempre fueron los mercaderes y artesanos, gente inclinada al ahorro y a la lógica de la mínima inversión para la mayor ganancia. La mejor materialización de este pensamiento es la basílica de “St. Maria del Mar”. Las aportaciones en dinero y trabajo de las clases productivas, situadas sobretodo en la zona de la ribera donde se llevaba a cabo el import-export hizo posible la construcción de esta joya de la arquitectura gótica.
Esta iglesia convierte la simplicidad en grandeza, para la asunción de la Virgen María, para la ascensión al Señor. Junto a la notable amplitud de la iglesia, sin renunciar a la altura, “St. Maria del Mar” destaca por su sentido de la proporción y el equilibrio entre sus partes. En la fachada, podemos apreciar los típicos campanarios octogonales y encastados en la puerta, en bajo relieve metálico, dos pequeños porteadores de piedra: para que futuras generaciones recuerden todo el trabajo voluntario que hizo posible esta joya de la arquitectura universal.
Fue el esfuerzo de unas gentes sin honores pero orgullosos de su laboriosidad, fue la fe, fue la virgen Maria que se encuentra tras el altar, quienes levantaron este templo. En esta magnífica muestra de geometría pétrea, toda la planta englobada en tres círculos que se interconectan, vemos proporción, escala, economía de medios, todo un precedente de la filosofía del “menos es más” de la arquitectura moderna. Su maestro, Berenguer de Montagut, consiguió un gran efecto para los sentidos, en donde el pesado envoltorio pétreo del muro se volatiliza en la grácil esbeltez del interior de las naves.
La maternal figura de la Virgen María con el niño en brazos, que se encuentra en línea con el centro del rosetón que ilumina de color las naves y está a la vez justo debajo de la clave de vuelta del ábside, parece expresar así su complacencia con el trabajo levantado en su honor. A los pies de esa escultura del Siglo XIV se encuentra una pequeña Coca (un barco de mercaderías de la época). El nombre de la basílica, “del Mar”, hace referencia a algo más que la proximidad de la playa. La riqueza, la actividad artesanal, el comercio, las actividades portuarias, los fletes, la productividad y el negocio de la época venían del mar. De hecho, la primera piedra se puso en 1329, pocos años después de que Cerdeña fuese incorporada al seno de la Confederación Catalano-Aragonesa.
Detrás del ábside de “St. Maria del Mar” se abre como una plaza alargada el llamado Passeig del Born, en donde en la Edad Media se disputaban las justas. Contienda o lucha es de hecho el significado de “born” en catalán antiguo. Alzando la vista alrededor del paseo, mirando los balcones de las casas, uno se puede imaginar a las nobles familias entreteniéndose mientras contemplaban el pasatiempo de las justas. El área de el Born era hasta hace pocas décadas un importante centro de distribución de artículos de vidrio. En dicho Passeig del Born, el primer día del año tenía lugar la feria del vidrio. El vidrio catalán era apreciado en los mercados internacionales debido a su buena relación calidad-precio. A veces se le hacía pasar por vidrio de Murano, pero a un precio mucho más asequible.
Por el número de construcciones de la Baja Edad Media, tanto civiles como religiosas, Barcelona se ha ganado merecidamente el adjetivo de gótica. Este estilo, junto con el Modernisme (Art Noveau) de finales del Siglo XIX y principios del XX, es el más valioso y diferencial rasgo arquitectónico que ofrece la ciudad. Ese gótico catalán muestra marcadas diferencias respecto al gótico desarrollado en otras partes de Europa. Las iglesias son siempre de planta basilical, renunciando a los transeptos, con una sola nave, o cuando son tres desarrollando un camino deambulatorio que rodea el altar.
Las características de la planta, junto con la manera en que pilares y muros se alzan hasta encontrar las bóvedas, resulta en espacios amplios, homogéneos, ininterrumpidos, de amplia luz. Este efecto se consigue en parte gracias a que la altura de las naves laterales es prácticamente igual al de la nave central. El grosor de las paredes, con ventanas de moderada abertura, junto con lo contundente de los contrafuertes (nunca arbotantes) permite dejar libre el espacio de rezo, solo con los imprescindibles elementos de soporte. El espacio resultante entre los contrafuertes se cierra con un muro exterior lo cual se aprovecha para disponer de una capilla. Esta fórmula no se interrumpe en el espacio del ábside (a lo largo de la llamada girola) lo que refuerza el camino santo de aquel que entraba en la iglesia, comenzando por el lado derecho, rodeando el altar y continuando los rezos y las rogativas con velas por la nave opuesta.
La catedral comparte estas características típicas del gótico catalán junto con alguna otra extraña particularidad. El cimborrio por ejemplo, que sirve para iluminar las naves y que normalmente se encuentra sobre el altar, aquí lo encontramos a los pies de la iglesia justo nada más entrar por la fachada principal. Los campanarios en vez de encontrarse en el frontal como se ve en la mayoría de catedrales europeas, en Barcelona se construyeron justo en el arranque del ábside. Dice la leyenda que cuando tocó ocuparse de la construcción de los campanarios el arquitecto desapareció. Se indagó sobre su paradero y se informó al obispo que el arquitecto había dejado el país. Así que se aparcó la construcción de los campanarios mientras se avanzaba en la construcción de otras partes de la catedral. Pasados unos años el arquitecto regresó. Ahora estaba preparado para retomar su trabajo y levantar los campanarios. Había estado viajando por Europa viendo otras iglesias góticas en busca de inspiración, diferenciación.
Pero aun hay una más extraña rareza en la catedral. Sobre las capillas que se abren a lo largo de las naves laterales encontramos una serie de salas comunicadas a modo de pasillo, como una segunda planta de la catedral. Probablemente ese pasillo se ejecutó para la familia real, con la intención de que gozasen de un lugar privilegiado y protegido des de donde escuchar misa. Encaja con esta hipótesis la existencia en su día de un puente que conectaba el palacio real con esa galería superior de la catedral.
Es más, una de las salas de esa Tribuna real se encuentra justo encima de la entrada principal en el lado opuesto al altar. Que mejor sitio que ese para contemplar las reliquias de Santa Eulalia que se encuentran en la cripta bajo el altar. Rodeada por un abigarrado conjunto de cabezas en alto relieve, se entra al espacio de la cripta que se esconde bajo una pesada bóveda de crucería rebajada. En el centro de esa oscura cámara se halla un sepulcro en alabastro obra del pisano Lupo de Francesco. Los trabajos de artistas de otras tierras fueron comunes en la Barcelona de aquel tiempo. Por mencionar algunos, en el pequeño museo del claustro se puede admirar un óleo de Bartolomé Bermejo y para el tímpano del portal de la piedad Johannes Loschner ejecutó un expresivo bajo relieve.










GÁRGOLAS
la vida en piedra’
El gótico catalán fue bastante parco respecto a la decoración exterior, como esculturas de apóstoles y santos en las fachadas de las iglesias. Sin embargo hay un abundante motivo escultórico de otro tipo, las gárgolas. Sumerjámonos un poco en el mundo de las gárgolas y veamos como estas particulares criaturas proliferaron en la Barcelona medieval.

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Gárgola es aquel elemento esculturado para la evacuación del agua de lluvia de los tejados. (Las gárgolas neo-góticas acostumbran a estar cegadas). La arquitectura románica ya disponía en las cornisas de los edificios de “larimers”, lágrimas. Este sistema para la expulsión del agua era algo ineficiente y a la larga era fuente de humedades. Con las construcciones góticas el sistema se perfeccionó alargando los “larimers” y de esta manera se dio a luz a las gárgolas.
Las formas básicas que presentan los edificios son portadores de símbolos: círculo representando al cielo; el cuadrado a la tierra; las estructuras agudas la ascensión a los cielos; etc.… De la misma manera, cada detalle, rincón o el programa escultórico de un edificio también despliega un amplio repertorio simbólico. Una gárgola es algo más que una boca para expulsar agua. Las creaciones cinceladas por los picapedreros en esos macizos bloques de piedra fueron concebidas con una motivación que va más allá del puro entretenimiento visual. Las gárgolas son testimonios vivos de las creencias de nuestros ancestros, de su mundo, de su cielo y de su infierno.
Barcelona tiene un repertorio especialmente rico en gárgolas, con más de 200 auténticos especímenes. Los picapedreros más hábiles, precursores de los escultores, también llamados entretalladores, lo tenían un poco crudo en Barcelona visto el nervio austero del Gótico Catalán. Pocos apóstoles, santos y vírgenes Marías en las fachadas de las iglesias. En algunos casos, como en la iglesia de “St. Maria del Pi” pese a que se prepararon las hornacinas para colocar a los 12 apóstoles, estos nunca fueron esculpidos ni por tanto colocados, quizás por el ahorro que ello significaba. Pero pese a la imposibilidad de desplegar un esplendoroso programa escultural como el que se puede admirar en la catedral de Reims, los picapedreros si que poblaron de bella monstruosidad el cielo entero de Barcelona. ¿Porque?
La fuente primigenia de las tres religiones del Libro es la cosmogonía persa, un mundo en el que las fuerzas del bien y el mal, ángeles y demonios luchaban sin tregua, sin fin. Lucifer fue el arcángel caído, enviado a los infiernos por el arcángel Miguel por rebelarse contra el Todopoderoso. En el inframundo, Satanás contaba con un ejército de espíritus maléficos que no cejaban en sus malévolas correrías, ataques e incursiones en el mundo de los vivos para que estos cayesen en el pecado.
La Biblia y los textos oficiales del Cristianismo silenciaron aquel pensamiento maniqueo de ángeles y demonios. Sin embargo, en las creencias del pueblo y en las prédicas de los sacerdotes, el mundo demoníaco era el pan de cada día. El temor a ser presa del demonio era un gran disuasivo para convencer a las gentes de las nefastas consecuencias que tenía dejarse tentar por el demonio, caer en el pecado. ¿Y como se imaginaban a los demonios aquellas gentes tan supersticiosas? A la imagen y semejanza de los animales.
Des de tiempos inmemoriales, el ser humano ha tenido pánico a las bestias salvajes. A la vez, el ser humano acostumbra a proyectarse en otras criaturas. Tenemos a Dios a imagen y semejanza del hombre. De la misma manera, los animales son portadores de lo mejor y de lo peor de la conducta humana. El extraordinario zoo que mora en las cornisas de la Barcelona antigua es un auténtico muestrario de virtudes y pecados representados por diferentes animales. Algunos de esos seres son de fácil identificar, como leones, águilas, perros, cerdos y cocodrilos. Otros son antropomórficos, medio bestias medio humanos. También encontramos animales fantásticos, como dragones, basiliscos, harpías y unicornios.
Algunos de estos animales, como el buey o el águila, bajan incluso a la calle, desfilando por las calles de Barcelona en la fiesta de St. Eulalia el 12 de Febrero, el 16 de Agosto por San Roque o en la Mercè el 24 de Setiembre. Se sabe de estos desfiles des de 1589. Figuras de cartón piedra junto con gigantes de reyes moros y cristianos hacen las delicias de pequeños y mayores, danzando al compás de grallas (dulzainas), acompañados de “bastoners”. Todas estas figuras del bestiario junto con nuevas incorporaciones de la imaginería contemporánea se pueden contemplar en un palacio de la calle Mercaders, gracias a un generoso ventanal a nivel de calle.
El Bestiario, un libro muy popular en la Edad Media, instruía a las gentes sobre animales, tanto los reales como los fantásticos. Así, gracias a aquel libro ilustrado, los picapedreros aprendieron de bestias y monstruos que nunca verían si no en paranoias. Otro texto fundamental que puede ayudarnos a mirar con los ojos del hombre medieval es el Apocalipsis de San Juan. A él se le reveló el Día del Juicio Final, las trompetas de los ángeles anunciando la destrucción y el dragón como la misma encarnación de Satán. Ello quizás explique que en la Barcelona medieval se cuentan hasta 85 dragones.
Dentro de esa categorización de Bien versus Mal se pueden clasificar las diferentes gárgolas. Un unicornio es pureza, un elefante podría expresar fortaleza (de la iglesia) y un jabalí comunica al espectador sentimientos de avaricia y suciedad. Pero otros animales son más ambiguos al comunicar sentimientos encontrados, conductas tanto buenas como malas. Esto pasa con el perro, animal fiel pero propenso a enloquecer. Y también vemos como el león es tan fiero como despiadado. Este último animal, junto con el águila y el buey son asimismo representaciones de los evangelistas Marcos, Juan y Lucas.
Otro buen número de gárgolas son representaciones humanas: un rey y una reina, un trovador, un gladiador, un consejero… La intención del entretallador en estos casos fue la de honorar a una figura pública, de entretener al ciudadano con vistas de figuras exóticas, y en muchos casos la de mofarse de algún personaje que había caído en desgracia. De la misma manera que hoy en día utilizamos los medios de comunicación para apoyar o para criticar a instituciones o personas, en el medievo podrían haber utilizado las gárgolas para alabar o cargar contra alguna figura pública.
En el núcleo del casco antiguo de Barcelona se encuentran separadas por pocas yardas la catedral, el palacio del rey y el palacio del archidiácono. Las gárgolas que saliendo de la catedral encaran al palacio real son más bien agradables: un San Jorge, un elefante, un unicornio… Por el contrario, el lado oeste de la fachada de la catedral presenta un horripilante conjunto de animales, encarando el palacio del archidiácono. De esta manera los canónigos, encargados de la catedral, daban los buenos días al archidiácono, el administrador del obispo el cual era el jefe de la catedral. Política de otros tiempos.
Uno de los rasgos que más llaman la atención sobre las gárgolas es su alto grado de expresionismo, en las caras, en las tortuosas contorsiones de las figuras. Así tenía que ser si querían que esas pétreas piezas cumpliesen su función, la de impresionar y alejar a la gente del pecado. “Se un buen cristiano, si no quieres acabar tus días como esos monstruos, condenados así para toda la eternidad”. Preso en piedra, sin posibilidades de liberarse pese a intentarlo sin cesar; una angustia existencial sin fin parecen expresar esas figuras. Allí están, en suspensión, listas para escaparse y salir volando… Pero la Iglesia es inclemente con los pecadores. Estos monstruos marcan la línea divisoria entre el impoluto sacro refugio del interior del templo y el peligroso mundo exterior a la casa de dios.
Es más, la tensión inherente en un ángulo de 90 grados (estando la gárgola en posición horizontal en voladizo sobre una pared vertical) refuerza la carga de sufrimiento de estas escenas. Otros dos elementos se suman a la interpretación simbólica de las gárgolas: las alas y la fealdad. No solo los dragones y las águilas, sino también lobos, cerdos, hombres y mujeres llevan alas. Quizás se les puso para incrementar el grado de desesperación de esas criaturas. “Podría volar pero no puedo!” La fealdad viene a magnificar el trágico destino de los que se dejaron seducir por Satanás. Mirad lo sucio que es el cerdo; contemplad como el aspecto del hombre pecador se torna cabruno; así son las pezuñas y fauces de los seguidores de Satanás! El infierno es un terrorífico zoo.
Pero no todo lo que se halla en las alturas de la Barcelona antigua es semejante escaparate de monstruosidad. Ángeles y fuerzas del bien tienen su lugar, el tetramorfo de los evangelistas e incluso un canónigo asoman la cabeza. Curiosos y de intricada interpretación son los niños agarrados a las orejas de alguna gárgola monstruosa. ¿Significará esto que un alma pura como la de un niño es capaz de derrotar los malos pensamientos?
Recordando que todo está sujeto a interpretación y a una mayor investigación, no todas las gárgolas tienen que ser vistas en ese sentido religioso del bien y el mal. Algunas gárgolas fueron concebidas más bien como anuncios, como la que señala a la calle de los herreros. Las gárgolas de una pareja real en el ayuntamiento nos recuerdan como fueron esos reyes los que dieron el privilegio a los ciudadanos de contar con un ayuntamiento. También vemos en el ábside de la catedral una escena de vida campestre, con vacas, ovejas y un perro pastor. Los consejeros del Gobierno catalán alegraban su vista con figuras mitológicas o con personajes exóticos de tierras orientales. Con la entrada en el Renacimiento (tiempos de Humanismo) se generaliza la representación de quimeras (cruce de especies) y el costumbrismo de representar diferentes clases y profesiones de la época.
Las últimas décadas del Siglo XV los entretalladores comunicaron aún más desesperación a las trastornadas caras de algunas de las criaturas de piedra. ¿Se contagió la factura de las gárgolas del lamentable signo de los tiempos, con una Catalunya deprimida económicamente y destrozada por la Guerra Civil?
El barroco fue el último estilo en utilizar las gárgolas en sus construcciones. Las pétreas criaturas se amaneran a la vez que se aligeran. Finalmente, como si se cerrase el círculo des de aquellos “larimers” románicos los arquitectos reducieron a las gárgolas a unas aplanadas caras en bajo relieve, y en sus bocas se les encastó un tubo atrompetado para así expeler el agua.
La secularización de la sociedad y sistemas interiores de extracción de agua acabaron con la larga tradición de creación de gárgolas. Pero aun hoy en día, caminando por las callejuelas de la antigua Barcelona en una noche iluminada por la luna, parece que te llamen des de lo alto de los edificios. Son esas criaturas, pidiendo un poco de atención, alguien que se apiade de ellas, que las miren y les den la vida así.
Sin duda son más que meras piezas de piedra. Como dice Norbert Font i Sagué en su erudito trabajo “Les Gàrgoles de Barcelona”: - Ellas, sin duda, nos pueden informar sobre algunas de nuestras tradiciones, y nos enseñan los vicios, virtudes, pensamientos y preocupaciones de la edad más gloriosa de la Nación Catalana.






CÁTAROS, DOMINICOS Y JUDÍOS
En una historia de Barcelona, vista la preeminencia social de los mercaderes en una sociedad basada en la conexión entre manufactura artesanal i comercio con la necesaria inversión, no podían faltar los judíos. Estos eran una importante minoría en la Barcelona medieval. En una sociedad que contaba con unos 35.000 habitantes, los judíos-catalanes sumaban unos 5.000 efectivos. Sabemos de la existencia de presencia judía en Barcelona al menos des de la Alta Edad Media. Sin embargo, algunos historiadores creen que la presencia judía en la ciudad se remonta al Imperio romano. Duramente perseguidos durante un periodo del reino visigodo y tratados posteriormente con tolerancia durante la dominación musulmana, las comunidades judías desarrollaron una acción dinamizadora de la vida en las ciudades medievales.

Como grupo separado dentro de las ciudades medievales, los judíos tenían un particular estatuto derivado de ser propiedad de condes, reyes u obispos. Por esta razón pagaban impuestos de manera separada. Gracias a la alfabetización de sus miembros, la población judía era notablemente más letrada que los cristianos, analfabetos en su mayoría. Por esta razón la mayoría de los médicos, cancilleres o embajadores de los condes-reyes eran judíos. Es más, como conocedores de la lengua árabe, jugaron un importante papel en la transmisión de conocimientos des del avanzado sur musulmán hacia el atrasado norte cristiano.

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El hecho de manejar varias lenguas, junto con una extensa red comercial de solidaridad judía más allá de las propias fronteras, ayudó a la abertura de nuevos mercados a lo largo del Mediterraneo. Tras los primeros contactos, muchos de esos incipientes mercados acabarían constituyéndose en auténticas rutas comerciales participadas también por gentiles. Entonces es cuando se procedía al establecimiento de un consulado catalán en aquel punto, normalmente una ciudad portuaria. En ocasiones, si se hacía necesario para asegurar la buena marcha de los negocios, los barcos de carga de Barcelona, Valencia o Mallorca se armaban para así asegurar por la fuerza o la intimidación la buena conexión de aquel puerto con la metrópolis de aquel imperio marítimo.
En artesanías como la platería o la encuadernación de libros, los judíos eran especialmente renombrados. Pero lo que más ha quedado en la memoria histórica es el monopolio que tenían sobre las actividades crediticias. Ya que prestar dinero era una actividad pecaminosa para los cristianos, los judíos vinieron a llenar ese vacío y cubrir un servicio absolutamente necesario para la economía. Como prestamistas (tan solo unos pocos dentro de la comunidad judía) se les odió por parte de la opinión pública cristiana. También se ganaron las iras de los campesinos debido a que algunos se dedicaban a la recaudación de impuestos, que en última instancia iban a parar a las arcas de nobles y reyes.
El “Call” es el lugar ineludible. Los judíos vivían mayormente en un barrio llamado “el Call”. El nombre podría derivar del hebreo “kahal”, que significa reunido, o del latín “callum”, calle. “El Call” es un pequeño barrio, un conjunto de calles en el núcleo del casco antiguo, entre la catedral y la iglesia de “St. Maria del Pi”. La estrechez de las calles es notable. Una de las medidas que se impuso a la comunidad judía des de mediados del Siglo XII fue recluirlas en su barrio, su guettho, aljama o Call. Prohibiéndoseles pues vivir fuera de esta área, comenzaron a buscar espacio hacia arriba, en vertical, sumando plantas a las casas, aumentando así la densidad poblacional de su barrio.
Caminando por aquellas calles nos podemos imaginar la época próspera de aquella comunidad, visitando lo que quizás fueran los baños rituales en una tienda de muebles en c/ Banys Nous, o lo que se cree que fue la sinagoga mayor de Barcelona en C/ Fruita. Allí probablemente aconteció la famosa “Disputa de Barcelona”, en la que se enfrentaron el rabino Rambán con el dominico Pau Cristià para dilucidar si Jesús era el elegido, el Mesías. En la Placeta de Manuel Ribé se puede visitar el centro de interpretación del legado Judío-catalán, en la conocida como Casa del Alquimista.
A mediados del Siglo XIX Joan Amades elaboró un ingente trabajo literario de historias y leyendas populares, un hito en la literatura catalana llamado “Costumari català”. Bien, algunas de estas historias, más o menos fabuladas por el autor, se sitúan en Barcelona. Como aquella de un noble caballero que se enamoró locamente de una preciosa dama. Ésta pero declinó prometerse a él. Fuera de si, enrabiado, el pretendiente decidió tomarse la mayor de las venganzas. Pidió a un conocido alquimista de la ciudad que le elaborase un preciado perfume. Por un buen puñado de monedas de oro el alquimista se comprometía a elaborar un perfume venenoso, capaz de matar tan solo con una gota de su esencia.
El caballero finalmente obtuvo su arma letal y le hizo entrega a la dama del venenoso regalo. La chica, por educación lo aceptó y al probarlo murió. El alquimista no tardó en descubrir que la desafortunada víctima del pérfido caballero era su propia hija. Durante siglos estuvo la Casa del Alquimista abandonada, y aun hoy, al pasar por ella, se respira un extraño aroma de calamidad.
Ante las ruinas de un castillo urbano en C/ Call casi podemos oír los gritos de desesperación de los judíos que fueron asesinados u obligados a convertirse con un cuchillo en el cuello en 1391. ¿Cómo fue posible que la turba, en una tremenda explosión de violencia fuera capaz de fulminar la rica coexistencia judío-cristiana que se había vivido hasta entonces? Retrocedamos unos dos siglos para conocer los antecedentes que desembocaron en el trágico destino de la comunidad judía.
Con la entrada en el Siglo XII el Albigismo, negando la doctrina de Roma y descubriendo la perceptible corrupción del clero, no paraba de ganar adeptos. Era una amenaza en toda regla al orden establecido. El albigismo o catarismo crecía sin parar, con seguidores en el norte de Aragón i Catalunya, Lenguadoc, Occitania, valles alpinos, Lombardía y ciudades como Tolosa de Lenguadoc o Montpellier. Lo que se combatía como una herejía se componía de diferentes movimientos religiosos como los Patarinos, los Valdenses, Insabatatos (sin zapatos), pobres de Lyon…
El catarismo presentaba notables diferencias doctrinales con la Iglesia de Roma, pero sobretodo predicaba la pobreza con el ejemplo. La nueva iglesia, la Cátara, no significaba una carga para campesinos o ciudadanos (sujetos al diezmo) y el pacifismo que predicaban hacía innecesaria a la nobleza o casta militar. Una nueva iglesia que negaba el valor de la confesión y el bautismo infantil, dirigida por hombres perfectos no ordenados, hacía innecesaria la oferta de redención de la Iglesia Oficial. Profundamente maniqueo, el catarismo consideraba que todo elemento mundano estaba manchado por el diablo. Por eso los cátaros evitaban cualquier producto proveniente de la reproducción sexual, incluyendo queso, huevos, leche y mantequilla. La guerra y la pena de muerte eran igualmente condenadas; algo insólito para los tiempos.
El papado había encargado al Orden del Císter que acabase con el catarismo. Pero los monjes cistercienses, resguardados en sus oasis de paz y prosperidad, acabaron cediendo el encargo a otra Orden, los dominicos. Domingo de Guzmán y el obispo Acebedo de Palencia cuando llegaron a tierras Occitanas adoptaron los mismos hábitos que sus contrincantes: andar mendigando y predicando por los caminos. Parece ser que los milagros ayudaron a Domingo de Guzmán en su empresa, en unos tiempos en que sólo argumentos de peso podían hacer volver a las ovejas descarriadas al seno de la Iglesia de Roma.
En la villa de Verfeil, también conocida como “el palacio de Satán”, los segadores osaron trabajar en el día de San Juan. Fue entonces cuando cayó sobre los segadores el castigo de Dios, haciendo que las manos de estos sangrasen. Desesperados, los segadores se arrodillaron a los pies de Domingo de Guzmán pidiendo clemencia. Ipso facto sus heridas se curaron. La doctrina de Roma también salió triunfante de la prueba del fuego en Montreal: en una disputa teológica unos cátaros tiraron los santos papeles de Domingo de Guzmán a una hoguera, però milagrosamente las llamas dejaron intacto la auténtica doctrina.
La herejía sin embargo parecía como una hidra, que por cada cabeza que se le cortaba tres más le brotaban. La encendida predicación de Domingo de Guzmán quedaría en nada sin la ayuda de una organización. El monasterio de Santa Maria de Prulla fue la semilla de la futura Gestapo de la iglesia católica. Mientras tanto, Domingo de Guzmán por las mañanas predicaba y por las noches rezaba y torturaba su cuerpo.
Esa campaña de milagros e inquisición emprendida por los Dominicos vino a preparar el terreno para el auténtico Apocalipsis que se cerniría sobre aquellas tierras, aquellos cátaros. En connivencia con el rey de Francia, que quería apoderarse de las tierras occitanas frenando así la influencia del rey de Aragón por tierras provenzales, el papa lanzó una terrible cruzada de exterminio. El Papa y el rey de Francia consiguieron sus objetivos y los cátaros acabaron masacrados y perseguidos. “Misión cumplida” debió de pensar Domingo de Guzmán, con lo que se puso de vuelta a la Península Ibérica.
De camino a Castilla, Domingo pasó por Barcelona y se cree que fundó un primer convento en el año 1219. Quizás ya intuía que después de los heréticos, el nuevo objetivo serían los judíos. El sucesor de Domingo de Guzman, Raymond de Penyafort, iba a reinventar la Orden Dominica y sus mortales persecuciones.
Los padres de Raymond de Penyafort pertenecían a la pequeña nobleza. El castillo-monasterio de Penyafort se encuentra en el término de “Santa Margarida i els Monjos”, en la comarca del “Penedès”, tierra de cava y grandes vinos. Raymond de Penyafort estudió en la escuela de la catedral de Barcelona y una vez ordenado pasó a ser uno de sus canónigos. El encuentro con Domingo de Guzman se produjo en la universidad de Bolonia. Raymond de Penyafort ya predicaba hacia el 1213, año en el que el Papa confirmó el establecimiento de la nueva Orden Dominica. En el 1220 Raymond de Penyafort escribió “Summa Poenitentia”. Valls i Taberner en su libro “Sant Raymond de Penyafort” cree que el ánimo que empujó a Raymond de Penyafort a escribir esa obra era la de establecer un conjunto de reglas a la hora de fijar los procedimientos y las sentencias en los tribunales.
El representante del Papa en la Corona de Aragón se llevó consigo a Raimon de Penyafort a Roma gracias a su prestigio como experto en derecho canónigo. La relación de Penyafort con el Papa Gregorio IX fue fructífera. Se convirtió en el confesor del Papa, lo cual significaba ser una especie de asesor especial. Penyafort también se dedicó a reunir y ordenar los códigos de Derecho canónigo en una vasta pieza legislativa conocida como los “Decretales”, (una ley que estuvo operativa hasta principios del Siglo XX). Raimon de Penyafort también se convirtió en el legado papal en la archidiócesis de Narbona y en la de Tarragona. Penyafort nombró inquisidores como el fraile Pere de Tenas y Pere de la Cadireta. Raymon de Penyafort probablemente también fue el autor de la bula “Declinantes” de Gregorio IX de 1232. En esta bula se recuerda al arzobispo de Tarragona sobre su obligación de actuar contra la herejía de su archidiócesis.
Raimon de Penyafort apadrinó la Inquisición – en el 1er Título del 5º libro de las “Decretales” (De accusationibus, inquisitionibus et denunciationibus) los terribles procedimientos de la inquisición toman carta de legalidad. Esto es, el Accusatio daba cobertura legal al interrogatorio secreto, sin audiencia pública. El 7º Título está dedicado especialmente a los heréticos.
¿Preveía ya Raimon de Penyafort en el primer tercio del Siglo XIII un nuevo objetivo una vez liquidada la amenaza herética? El que Raimon de Penyafort escribiese dos títulos más referentes a judíos y moriscos y a su conversión, puede ayudarnos a responder esta pregunta. Raymond de Penyafort concibió la discriminación contra los judíos como un arma preventiva para defender a los cristianos de la fe de Moisés. Raimon de Penyafort en los “Decretales” no se limitó a hacer una simple recopilación de jurisprudencia papal. El dominico catalán es uno de los padres de la intolerancia y criminalidad cristiana debido a los comentarios y a la selección que hizo de cartas papales y actas de Concilios.
Raimon de Penyafort se convirtió en uno de los personajes más respetados e influyentes en los reinos de Jaume I el Conquistador, una vez el dominico volvió de su estancia en Roma. Él estuvo en las Cortes de Monzón en las que se decidió la conquista de Valencia. Él levantaba excomunicaciones, proponía a obispos… También fue el cofundador con Jaime I y el fraile Pere Nolasc de la Orden de la Virgen María de las Mercedes (o Mercè en catalán). La iglesia de esta Orden (objeto de una ampliación barroca) se encuentra en c/ Mercè y conectaba a través de un puente con el convento donde hoy en día hay Capitanía General.
La relación entre Raimon de Penyafort y el rey fue tan estrecha como conflictiva. Estando en Mallorca, Raimon de Penyafort decidió abandonar al rey debido a la libertina conducta sexual de éste. Enfurecido, el rey ordenó que no permitiesen al fraile abandonar la isla. Raimon, viendo que ningún barco lo aceptaba a bordo, lanzó la capa al aire sobre la playa y se subió a ella. La capa se convirtió en una vela y así navegó hasta tierra firme sobre las olas; el milagro “super undas”.
Raimon de Penyafort también fue un gran impulsor del aprendizaje de las lenguas árabe y hebraica entre los frailes dominicos. Así se podría convertir a judíos y moriscos, o emprender misiones evangelizadoras en el norte de África. P. Laviesca en su biografía “San Raimundo de Peñafort”, pag. 19 afirma que Penyafort animó a su colega, Ramon Martí, y le indujo a escribir el famoso libro “Pugio Fidei” que ayudó a ganar disputas derrotando a rabinos. La bula del Papa Clemente IV “Turbato cordo” de 1267, fue de gran utilidad para los frailes dominicos para conocer mejor a los judíos ya que ordenaba la confiscación de libros judíos a fin de que estos fuesen inspeccionados por los dominicos.
Pau Cristià fue un enfurecido judío converso seguidor de Raimon de Penyafort. El nuevo cristiano lideró los debates contra el rabino Ramban o Bonastruc Sa Porta en la famosa “Disputa de Barcelona”. Estas discusiones duraron sólo tres días ya que el rey se vio obligado a darlas por finalizadas debido al exceso verbal de las partes. Posteriormente, Raimon de Penyafort entró en la sinagoga y confiscó sus libros en busca de blasfemias contra la religión cristiana.
Tanta tensión y juego sucio desató aquella “Disputa de Barcelona” que el rabino Sa Porta se vio forzado a abandonar el país. Fuentes judías atribuyen esta marcha a las amenazas de los dominicos, malos perdedores. El ilustre rabino Sa Porta des de su exilio en Jerusalén escribió: “He dejado a mi familia, he abandonado mi ciudad, a mis hijos e hijas, a mis sobrinos tan bellos y queridos… También dejé a mi alma…”
Raimon de Penyafort fue uno de las grandes figuras de la Orden dominica, tras su fundador, Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino y Alberto Magno. Raimon de Penyafort fue el tercer Maestro general de la orden y escribió sus estatutos. En la catedral de Barcelona hay una capilla con una tumba alzada. Sobre pequeñas columnas se levanta una escultura yacente de un fraile con rictus severo, el mismo Raimon de Penyafort. Se le santificó en el 1601 y los abogados de Catalunya aún lo tienen como a su santo patrón. Otros colegios oficiales de abogados de Europa tienen al mucho más ejemplar San Ivo (Ives, Yves) como a santo patrón de su profesión.
Dominicos como Raimon de Penyafort o el valenciano Vicenç Ferrer eran tremebundos oradores con mucho predicamento entre las masas. Huelga decir que para estos personajes la fuente de todos los males eran los judíos. Inocencio III dio el fundamento de ley para el creciente anti-semitismo al declarar a los judíos como el pueblo deicida (los que mataron a nuestro señor Jesucristo).
En el Siglo XIV, después de liquidar la herejía cátara, se tenía que buscar un nuevo objetivo para justificar la propia existencia de la Orden Dominica. El nuevo chivo expiatorio fueron los circuncidados. Hacia finales del Siglo XIV la desgracia se cernió sobre las tierras catalano-aragonesas y los judíos iban a pagar los platos rotos. Los dominicos acusaron a los judíos de todos los males: la peste, un comercio decreciente, sequías, malas cosechas, etc… Entonces, como una plaga, por todo Sefarad, la Tierra de Edom (Catalunya) y Azkenaz se sucedió una terrible campaña de pogromos. La chispa propiciatoria se encendió en la villa andaluza de Ecija, en donde supuestamente apareció un niño asesinado. Todas las miradas apuntaban a los judíos. Y como un dominó, todas las villas y ciudades con aljamas o barrios judíos experimentaron terribles escenas de pillaje y fanáticos asesinatos sobre la población judía. El Call de Barcelona no fue una excepción.
Especialmente castigadas fueron las propiedades de las familias judías adineradas. Estos pogromos tuvieron mucho de nihilismo y búsqueda desesperada de un chivo expiatorio. Los asaltantes de Barcelona gritaban ¡Muerte a todo el mundo! ¡Dios salve al rey y al pueblo! Se ha estimado en 300 el número de judíos pasados por el cuchillo aquel día de 1391. Pese a que el rey hizo justicia, colgando a los forasteros que habían encendido a las masas, la comunidad judía de Barcelona nunca se recuperó de aquello. Ello condujo a que en el 1402 el Call se declarase extinguido y la población judía se vio obligada a escoger entre la conversión o la marginalidad.
Se cree que, al cobijo de sus hogares, muchos judíos-catalanes ahora convertidos al cristianismo continuaron practicando en secreto su religión y costumbres convirtiéndose así en criptojudíos. Los conversos de familias más notables continuaron siendo pieza clave en el entramado socio-económico de la sociedad. Esto hasta que la corte de la Inquisición hizo su aparición.
En Castilla la situación ya había empeorado con la llamada ley de pureza de sangre. De manera creciente, iba ganando terreno una ideología la intención no declarada de la cual era desplazar a los judíos de algunas profesiones y apoderarse de sus capitales y propiedades. La mano ejecutora de esta operación fue la Inquisición, un ente autónomo cuando no independiente dentro del Estado con plenos poderes para llevar a cabo sus inquisiciones e intimidaciones. En 1487 Fernando II, rey de Aragón y de Castilla, decretó el establecimiento de la Corte de la Inquisició en las tierras de la Corona de Aragón. Se establecieron sedes e Perpinyà, Mallorca y Barcelona.
La entrada en escena de la Inquisición fue contemplada con profundo malestar por la clase política del momento, los miembros del Consejo de Cien y del Gobierno catalán. Los consejeros de la ciudad pidieron al monarca que reconsiderase su posición de permitir que la Inquisición se estableciese en Catalunya. El Ayuntamiento y la Generalitat sabían que la Inquisición podría hacer y deshacer a su antojo, saltándose todo el ordenamiento constitucional del Principado. Des de un punto de vista social y económico, los consejeros constataban que si los judíos catalanes (ya casi todos convertidos al cristianismo) padecían persecución se pondría en jaque el desarrollo económico del país. Y así sucedió. A la plaga de la peste y a la pérdida de las rutas comerciales del Mediterráneo oriental se le sumó la supresión de una minoría fundamental de la sociedad. Ello condenó a Catalunya a tiempos de decadencia.
Al establecimiento de la Corte de la Inquisición el rey Fernando II el católico contestó a los consejeros: “Primero Dios y después el país”. 1492, cuando el Emirato nazarí de Granada fue conquistado, cuando Cristóbal Colón llegó a América, la fecha en que los judíos de Sefarad i Edom fueron expulsados.
Las dependencias de la Inquisición en Barcelona se encontraban en lo que durante siglos había sido el palacio condal-real. El rey ya no residía en Barcelona, teniendo a su lugarteniente y posteriormente virrey para representarle. La Santa Inquisición (solo responsable ante el rey) tomó pues posesión de las antiguas dependencias de aquel. En la Plaça de St. Iu, delante de una de las fachadas laterales de la catedral, encima de una ventana enrejada se puede ver el escudo de la Inquisición. De forma cuadrada, es básicamente el escudo de armas de los reyes hispánicos, con el cordero del Toisón de Oro en su parte inferior, y por encima de todo, una rama de olivo a la izquierda, una espada a la derecha y una cruz en el centro. Los despiadados frailes dominicos ofrecían la cruz a los sospechosos. Si estos la aceptaban se les recompensaba con la rama de olivo, mientras que si la rechazaban caía sobre ellos el castigo de la espada, de hecho las llamas purificadoras.
El otro punto donde las pesquisas o más bien las torturas se efectuaban era lo que hoy en día es el Mercado de Santa Caterina. Antes de que este fuese construido en el Siglo XIX, allí se levantaba el convento de los dominicos. Cuando fue destruido en 1836, muchos fantasmas albergaba aquel lugar. A los interrogatorios secretos y las torturas que tenían lugar en el convento, le seguía el Auto de Fe, que terminaba en la hoguera de Plaça del Rei para los infortunados condenados.
Diferente de la jurisdicción religiosa en sus métodos era la justicia civil. Aquí se tercia una breve explicación sobre la calle Bòria, que sale de Plaça de l’Àngel. En esta plaza, donde se encuentra la parada de metro “Jaume I” de la línea amarilla, se hallaba el centro de Barcelona. Debido a su centralidad geográfica aquí se celebraba uno de los mercados más importantes de la ciudad. Y justo aquí, hasta los días en que las transformaciones urbanas modernas redibujaron el Casco antiguo, se encontraba la prisión de Barcelona.
Bajar la Bòria significaba la vía penitencial que emprendía el reo, una vez dictada la fatídica sentencia. Se montaba al convicto encima de un burro y se le paseaba por las calles de la ciudad, comenzando por la calle Bòria que hace bajada (por eso aquello de “bajar la Bòria”). El paseo se acompañaba con una serie de latigazos que se infligían al reo en cada esquina, cada cruce de calles. Para los más afortunados el recorrido finalizaba enfrente de la catedral donde se marcaba al convicto con un hierro candente para estigmatizarlo así de por vida. A los condenados a muerte les esperaba la horca en el actual Pla de Palau.





LA REINVENCIÓN DE BARCELONA DURANTE EL IMPERIO HISPÁNICO
Renacimiento
A aquella época tan gloriosa como mísera y brutal (lean sobre el cuerpo mercenario de los Almogavers) le sucedieron siglos de estancamiento. De alguna manera, el Principado se diluyó en el vasto Imperio Hispánico, compartiendo rey con Castilla. Del periodo del Emperador Carlos V quedan algunas huellas en Barcelona. Destaca el “Palau del Lloctinent” (palacio del lugarteniente) y la “Casa de l’Ardiaca” (casa del archidiácono).

El más identificable de los signos para visualizar el cambio de época es el abandono del arco ojival. Las nuevas construcciones o las reformas de edificios durante el Siglo XVI gustaban de ventanas más amplias y cuadradas. Las fachadas principales adoptan las formas rectas del Renacimiento, con sus columnas adosadas en los portales dintelados y coronados con frontón. Evidente que Barcelona no tiene un Renacimiento brillante y abundante, pero los detalles clásicos que nos dejó aquella época contribuyen al mosaico artístico de una ciudad que con más o menos entusiasmo ha catado todos los estilos.

De factura renacentista, aparte de los edificios ya mencionados, merecen especial atención una serie de palacios del carrer Montcada (donde está el Museu Picasso), el portal de entrada al complejo del antiguo hospital en carrer Hospital, en carrer Elisabets el portal de acceso a una iglesia reconvertida en librería, en Plaça dels Àngels un antiguo convento que ahora forma parte del MACBA, el portal de un pequeño hospital en carrer Banys Nous, la casa del gremio de zapateros en Plaça St. Felip Neri o la fachada lateral de la iglesia de La Merçè en el carrer Ample.
Una vez más, al igual que en los capítulos en que se ha tratado el románico y el gótico, la catedral es un punto imprescindible. El gótico es en ese templo el armazón, pero el contenido en sus múltiples espacios y rincones tiene ejemplos de prácticamente todos los estilos artísticos que se han dado en 800 años. Así, al hablar del Renacimiento uno no se puede perder el órgano y parte del coro, la sala no cubierta que se encuentra en el centro de la nave central y que servía para las reuniones y asambleas del capítulo catedralicio o concilios.
En ese coro, encima de cada una de las “butacas desplegables” vemos pintada una excelente colección de escudos de armas de las familias más poderosas de la Europa del Siglo XVI. Allí se reunieron algunos de los nobles, príncipes y reyes más poderosos del momento, en la primera asamblea de la Orden del Toisón de Oro. En esa reunión se anunció la muerte de Maximiliano, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Esto convertía automáticamente a uno de los asistentes más jóvenes de aquella reunión, Carlos, sobrino de Maximiliano, en el nuevo emperador, señor de media Europa y las Américas, de un imperio en donde nunca se ponía el sol.
Sin duda, lo que hemos heredado de los Siglos XVI y XVII es incomparable en grandeza y número al patrimonio legado de los Siglos XIV y XV. Que el gótico alargase su vida perpetuando la vuelta de crucería y el arco ojival hasta bien entrado el Siglo XVI nos indica el grado de apego de esta ciudad a su glorioso pasado medieval. Sin embargo, que no se desarrollase ninguna obra edilicia espectacular tampoco indica un estancamiento social de una ciudad que vivía ensimismada en su sueño de grandeza pasada. Después de los primeros latigazos de la peste, la extinción de la Casa de Barcelona con Martín el Humano, el recambio de Valencia como centro neurálgico en la Corona de Aragón, una sangrienta Guerra Civil y la unión dinástica con Castilla que convirtió a Catalunya en periférica, Barcelona comenzó a levantar el vuelo hacia mediados del Siglo XVI.
Resiguiendo el ensayo de Albert García Espuche “Un Siglo Decisivo; Barcelona y Cataluña, 1550-1640” esa fue la época en que Barcelona se convirtió en la auténtica capital económica de Catalunya. El territorio se estructuró a través de un eje litoral y otro pirenaico en el que ciudades medianas producían barato para la gran ciudad que se especializó en el acabado del producto y en su comercialización. Pese a que el comercio con América era monopolio de Castilla, los mercaderes catalanes pudieron esquivar aquella dificultad y llegar a los mercados de ultramar. El entonces famoso vidrio catalán, junto con el textil, vino, aguardiente y otros bienes se vendían en Medina del Campo, en Madrid, Sevilla, Lisboa, para ser consumidos allí o ser exportados a América.




LA CIUDAD DE LOS CONVENTOS
Barroco
Los frutos de aquella reinvención de Barcelona tuvieron su reflejo en prominentes ejemplos de factura barroca durante los siglos XVII y XVIII: un buen puñado de capillas de la catedral, enmarcadas por las típicas columnas salomónicas, configurando recargados y teatrales retablos de madera policromada; la iglesia de “St. Sever” en la calle del mismo nombre, la iglesia de “St. Felip Neri” en Plaça St. Felip Neri; el patio del “Palau Dalmases” en carrer Montcada, la “Casa de la Convalescència” y la “Casa de la Caritat” en c/ Montalegre; la “Casa Barnola” en c/ del Pi, el “Palau de la Virreina” en Les Rambles (punto de información turística).

La “Casa de la Convalescència” era parte del complejo hospitalario iniciado en 1401. Alrededor del primigenio hospital se le fueron añadiendo una serie de dependencias que tomaron las formas renacentistas, barrocas o neoclásicas. La “Casa de la Convalescència” es un edificio de 1629 y hoy en día es la sede del Institut d’Estudis Catalans. El espacio se organiza alrededor de un patio enclaustrado a dos niveles, de orden toscano. Preside el espacio justo en el centro, sobre un pozo, la escultura de San Pablo. Este apóstol (que descansa digno sobre una espada ya que con ese instrumento perdió la cabeza) también es el tema de una magnífica historia narrada en azulejos azules y amarillos. Cualquier amante de la cerámica tiene aquí un lugar imprescindible a visitar.

En Les Rambles encontramos la que fuera el centro de los jesuitas en Barcelona, la iglesia de Belén. Este Orden se implantó en Barcelona en una temprana edad, ya que su propio fundador, Ignacio de Loyola, vivió y estudió dos años en Barcelona. Aquí recaló después de su viaje iniciático por la montaña sagrada de “Montserrat” i su estancia en la ciudad de Manresa, donde escribió sus Ejercicios Espirituales. Paralelo a Vía Laietana, cerca de la parada de metro Jaume I, una pequeña calle lleva el nombre de St. Ignaci de Loyola. En esta antigua finca con decoración geométrica de graffito se cree residió el santo por dos años. En la citada iglesia de Belén una escultura de St. Ignacio en la fachada principal da la bienvenida al feligrés. A su lado, con un gesto dramático similar encontramos al jesuita San Francesc Xavier (el apóstol de la Indias, debido a las misiones que emprendió en la India y el Lejano Oriente).
Las vistosas formas del almohadillado de los muros de la iglesia transmiten el poder e influencia de los jesuitas, los cuales se dedicaban especialmente a la educación. Pero allí en Les Rambles, los jesuitas no estaban solos en sus menesteres religiosos. Ya antes del establecimiento de los jesuitas, donde hoy se levanta el mercado de “La Boqueria” se encontraba el convento de los Carmelitas, dedicado a San José. Debido a esta advocación, el nombre oficial del mercado es San José, como se puede leer en el portal modernista del mercado.
Como comentamos en un capítulo anterior, a lo largo de las Ramblas (en la acera de la derecha subiendo des de Colón) se encontraba un panel de murallas medievales. Esta sección de muralla perdió su razón de ser cuando en el Siglo XV se hizo una extensión del perímetro amurallado. En 1770 las fuerzas ocupantes españolas autorizaron la demolición de esas murallas que reseguían las Ramblas. La vía resultante, por lo generoso de su largo y ancho y por su centralidad, enseguida se convirtió en una via muy atractiva que fue progresivamente copada por los grupos más poderosos, Nobleza y Órdenes religiosas. En una de las aceras de la Rambla las grandes familias aristocráticas levantaron sus palacios, mientras que en el lado opuesto las Órdenes religiosas en boga en la época levantaron sus templos a dios e instituciones como colegios o centros de beneficencia.
Capuchinos, Agustinos, Franciscanos, Trinitarios eran otras de las Órdenes monásticas establecidas a lo largo de Les Rambles. Sus conventos han desaparecido aunque en algunos casos el claustro sobrevivió, ahora integrado en un hotel, como es el caso del “Hotel Oriente”, o en una estación de policía. Otros conventos sufrieron peor suerte y ya nada queda de ellos, tan solo la forma general del edificio que le sucedió. Vemos esto en la fachada del “Liceu” (la ópera de Barcelona) o en los porches de la Plaça Reial, que conservan el espíritu espacial de sus predecesores. La ocupación napoleónica, episodios de revueltas (bullangues) y decisiones gubernamentales durante la Revolución Liberal, las destrozas del anticlericalismo y los bombardeos fascistas son algunas de las razones que explican la desaparición de aquella Rambla llena de conventos.
Fuera de esta área también había conventos, con su iglesia, claustro, residencia y hasta escuela en algunos casos. Se conserva la iglesia y un ala del claustro de un convento en la calle Tallers, un ejemplo de barroco tardío con la característica cúpula cubierta de cerámica. Más conocida y popular entre los barceloneses es la basílica de la “la Mercè". La virgen de la Mercè (Mercedes) es la patrona de Barcelona. Si se encuentra en la ciudad el 23 de Setiembre podrá participar en las celebraciones públicas, conciertos, desfiles que se hacen en honor a esa Virgen.

En el programa de estas fiestas está la llamada “diada castellera”, en la que se levantan los “castells” (torres humanas). Estas son obra de las agrupaciones (collas) locales e invitadas que levantan “castells” que en ocasiones se elevan hasta diez pisos “humanos”. Pese a que a primera vista estas torres humanas puedan parecer un desordenado amontonamiento de cuerpos, la verdad es que están perfectamente estructuradas. La torres de uno, dos, tres, cuatro o cinco personas por planta son un perfecto ensamblaje de piezas humanas. Como las iglesias góticas cuentan con sus fundamentos, soportes, contrafuertes, contrapesos…
Se dice que esta tradición se remonta a la época en que los castillos se tomaban por la fuerza después de ser sitiados. Los asaltantes desarrollaron la técnica de subir uno encima de otro hasta llegar a lo alto del muro. Esta colorida tradición, por las camisas que diferencian las diferentes “collas”, y que tiene como motto “força, valor i seny” (fuerza, valor y cabeza) se puede ver en una abarrotada Plaça de St. Jaume por las fiestas de la Mercè.
Pese a que la Virgen de “la Mercè" ya era venerada en Barcelona desde 1218 no fue hasta 1637 cuando se convirtió en la patrona de Barcelona (desplazando a St. Eulalia). En el verano de 1637 las tierras catalanas se vieron azotadas por una terrible plaga de langostas. Los insectos arruinaban cosechas, entraban en las casas... La gente estaba desesperada y temían que a la plaga de langostas le seguiera la plaga del hambre. Entonces se decidió pedir ayuda divina, un 23 de Setiembre, llevando en procesión la figura de la Virgen de la Mercè. Y funcionó. Los insectos desaparecieron de la capital y de las tierras catalanas. Como agradecimiento a la Virgen, se la nombró patrona oficial de la ciudad de Barcelona.
La iglesia, de aspecto barroco, es de 1765 aunque con anterioridad ya había una iglesia debido a que la fundación de la Orden de la Mercè data de 1218. De especial valor es una de las fachadas laterales, un portal renacentista con reminiscencias góticas. Vemos en el tímpano una escultura de San Miguel con espada en mano derrotando al demonio a sus pies. Otras dos esculturas y dos gárgolas como espectadoras del combate angelical flanquean el conjunto.
Recordemos que en el reinado de Jaime I el Conquistador, uno de los cometidos básicos de aquel monarca fue la conquista de tierra a los musulmanes en una suerte de guerra santa o cruzada cristiana. (Este motivo religioso daba cobertura a la más mundana voluntad de expansión territorial y comercial). Estas empresas militares producían una importante bolsa de rehenes cristianos en manos de los “infieles” de Valencia, Murcia, Andalucía… Visto este problema humanitario se organizó el negocio de la redención de prisioneros una vez efectuado el debido rescate.
La Orden de la Mercè cumplía esta función, reunir dinero para pagar los rescates y devolver la libertad a los prisioneros cristianos. Con el paso de los siglos, la función original de la Orden fue perdiendo peso, pero los barceloneses nunca retiraron su estima a la Virgen de la Mercè, la cual se puede ver coronando la esbelta cúpula de la basílica, con el niño en brazos. La plaza que se abre frente a la fachada barroca sirvió de localización para recrear el nacimiento de “Jean-Baptiste Grenouille” en un puesto de pescado en la película “El perfume”.
La Plaça de St. Miquel en el barrio de la Barceloneta es otra buena muestra del urbanismo del Siglo XVIII. Este generoso espacio está organizado alrededor de la iglesia de St. Miguel del Puerto, un barroco en el que se combinan las características formas curvas de aquel estilo junto con decoración de motivos imperiales romanos. Vemos en las metopas frases en latín, elefantes, bucraneos, armas romanas… La iglesia se erige como la joya de un barrio que fue concebido por la ingeniería militar de las fuerzas de ocupación borbónicas, con una serie de calles en forma de parrilla perfectamente rectas. El contraste con la estrechez y falta de uniformidad viaria del Casco Antiguo no podía ser mayor. Y es que este nuevo barrio del Siglo XVIII ya adoptaba las nuevas ideas del urbanismo ilustrado.
¿Pero porque razón se vino a delinear y construir un nuevo barrio? Con el reinado de Felipe IV la relación entre el Gobierno catalán, la Generalitat que se encuentra en la Plaça St. Jaume, y la monarquía habían llegado a un punto de fricción máximo. El favorito del rey, el Conde Duque de Olivares, planeaba diluir al Principado de Catalunya en una España unificada “al estilo y leyes de Castilla”. Lo que se conoce como Unión de Armas, un plan no declarado para someter a Catalunya, está perfectamente recogido en una carta secreta del Favorito al Rey.
“… Tenga V. M. por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España; quiero decir, Señor, que no se contente V. M. con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, … sino que trabaje y piense con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España, al estilo y leyes de Castilla sin ninguna diferencia, que si V. M. lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo.”
De DÍAZ PLAJA, F.: La Historia de España en sus documentos: El siglo XVII. Madrid, 1.957, pp. 119-121
Fue la época en que también Portugal y los Países Bajos estaban en guerra con el rey Hispánico en el contexto de la Guerra de los Treinta años. Estos reinos anhelaban desasirse de la soberanía de la monarquía Habsburgo reconquistando así su independencia y poniendo fin a la opresión. Bien, Catalunya perdió su apuesta en la Guerra de Secesión, más conocida como la Guerra de los Segadores. Favoreció a los intereses catalanes las primeras etapas de la guerra, al ganar la Batalla de Montjuïch (un castillo bien preservado que por su situación en lo alto de una colina era un emplazamiento estratégico para controlar Barcelona).
Pero finalmente el Gobierno catalán, después de ensayar diferentes alternativas para separarse de la monarquía hispánica (como la de declararse república o más tarde prestar homenaje al Rey Sol Luis XIV) tuvo que aceptar una amarga Paz. Catalunya preservaba sus Instituciones y Constituciones pero con la firma del Tratado de los Pirineos entre las monarquías hispánica y francesa, Catalunya vio como se le amputaban las tierras del norte, el Rosselló.







DERROTA ABSOLUTA y DEPEGUE

La Ciutadella, La Barceloneta, el control militar.

Pasados 50 años, Barcelona y el Principado volvían a encontrarse amenazadas. Fue en la “Guerra de Sucesión”, que había de dilucidar el nuevo dueño del trono hispánico (que ya sería español). Dos pretendientes se disputaban aquella dignidad, uno de la Casa de Habsburg y el otro de la Casa de Bourbon. Sucedió que Castilla se decantó por el francés Felipe de Anjou, mientras que Catalunya y los reinos de la Corona de Aragón preferían al archiduque Carlos III. La sucesión al trono hispánico tenía grandes implicaciones geoestratégicas. Se temía que el equilibrio de poderes podría alterarse si los tronos de Francia y los reinos hispánicos recaían en la misma Casa, en los Borbones. Por ello se trabó una alianza internacional.
La apuesta de la Corona de Aragón iba a ser respaldada militar y diplomáticamente por Austria, Inglaterra, Holanda y Portugal. Lo mucho que duró la guerra empujó a Inglaterra a contentarse con Gibraltar y Menorca (clave para controlar el comercio mediterráneo) además de unas inmejorables condiciones para traficar con esclavos en las colonias españolas. Así, desecha la alianza internacional, ya conquistados el reino de Valencia y Aragón, Catalunya se quedó sola defendiendo al Archiduque Carlos.
Era bien sabida la vena centralista del candidato francés. Se temía que cercenaría la estatalidad de Catalunya, con su propio Gobierno, una Constitución que el rey tenía que jurar, instituciones propias… Así que la Generalitat no tuvo alternativa y optó por la defensa a ultranza, a la espera de que las potencias europeas reconsiderasen su abandono. Las gruesas murallas de Barcelona resistieron un largo asedio de las tropas franco-castellanas, pero al final sucumbieron. Las crónicas hablan del hambre que pasaron los habitantes durante aquellos meses, de la desesperación de los barceloneses que llegaron a nombrar a la Virgen de la Mercè como Generala de todas las tropas.
Los gremios de artesanos tuvieron un importante papel en la organización de la defensa de la ciudad. En tiempos de paz, esos gremios organizaban desfiles llevando sus banderas, gastando fortunas para tener nuevas obras de arte en las capillas de su cofradía en honor a su santo patrón. Pero en tiempos de guerra, esos gremios se entregaban a la defensa de la ciudad, claro está, para defender a la vez sus intereses de grupo. Así sucedió en el asedio de 1714, una cuestión de vida o muerte para los Barceloneses, celosos de unos derechos que se remontaban a la conquista de la ciudad en el 801 y a la Carta de Libertades que otorgó Luís el Piadoso. Una insistente campanada, la que llamaba a “Sometent” era la señal para que cada uno tomase posiciones. Cada gremio se encargaba de la protección de uno de los trece portales de la ciudad.
Más que responsabilidad civil o patriotismo, ese activismo militar de los gremios obedecía a una cuestión de supervivencia. Sumisión total era el único plan que el pretendiente Borbón tenía reservado para Catalunya y su capital. “Serán peor que esclavos, y nunca más gozarán de privilegios, sus propiedades perderán, y todo el esfuerzo en el campo ni les servirá para pagar las contribuciones y los impuestos con que les cargaremos…” decía un agente Borbón. (De Magda Fernandez en “Espionatge bornònic”, pag. 248).
El día fatídico llegó un 11 de Setiembre de 1714. Catalunya había perdido la Guerra de Sucesión. Y visto los problemas que los catalanes habían presentado al nuevo rey, alargando la guerra, éste les reservó un duro castigo. Al lado de “St. Maria del Mar” se extiende una plaza que con anterioridad fue un cementerio. Allí, se puede leer: “al fossar de les moreres no s’hi enterra cap traïdor, fins perdent nostres banderes serà l’urna de l’honor” (en la fosa de las moreras ningún traidor es enterrado. Incluso perdiendo nuestras banderas, será la urna del honor).
El nuevo rey, fundador del Estado español, puso fin pues a la independencia de Catalunya, aboliendo sus constituciones y haciendo de ella una mera provincia de un Estado centralizado. Tocaba de inmediato vigilar y castigar. Para ello se demolieron una quinta parte de las casas de Barcelona (en el barrio del Born) para dejar espacio a una esplanada alrededor de una gran fortificación, la “Ciutadella”. La masa de la población que perdió su casa comenzó a habitar la zona de playa. Pasadas una décadas esta zona se urbanizó dando nacimiento al barrio de “la Barceloneta”, una trama urbana cuadriculada diseñada por los ingenieros militares, por el teniente coronel Paredes. Aquí siempre estuvo el barrio pesquero de Barcelona. Y aunque hoy esta actividad ha quedado muy arrinconada, los muchos restaurantes de paella y marisco muestran a la perfección el carácter de este barrio.
Aquel fatídico 11 de Setiembre supuso un antes y un después para los Barceloneses. A partir de entonces se decretaron una serie de prohibiciones sobre la población, entre otras la del uso de la lengua catalana en la Administración. Sobre Barcelona se cernía la constante presencia intimidatoria de la fortaleza “la Ciudadela”, recordando a la población su reciente derrota y su esperada sumisión. Subyugada entre las garras de la fuerza ocupante se encontraba Barcelona, bajo la atenta mirada des de lo alto del castillo así como des de la Ciudadela. La amenaza era una autentica tenaza lista para bombardear la ciudad y a su población en caso de rebelión.
Fue una suerte que el rey no llevase a cabo su deseo inicial de borrar del mapa a Barcelona, como los romanos hicieron con Cartago. Sin embargo el nuevo soberano dejó bien claro con algunas medidas el precio que se paga por la derrota. Cuando se capturó al Comandante en Jefe de las tropas catalanes mientras intentaba escapar a Mallorca, se le sentenció a ser arrastrado en caballo por diversas calles de Barcelona. Después su cuerpo fue despedazado y sus trozos enviados a diferentes ciudades del Principado. La cabeza del desafortunado General Moragues se colgó en lo alto del portal del Mar, en una jaula. Allí permaneció durante doce años, como macabro disuasivo a una posible rebelión catalana. Una senyera en lo alto de un mástil en la entrada del barrio de la Barceloneta, al lado de la “Escola Nautica”, recuerda hoy donde estuvo aquella cabeza, el sacrificio y martirio de aquel valiente patriota, que dio su vida por la libertad de su país.
En el marco del Decreto de Nueva planta que puso fin a la independencia de Catalunya, Barcelona también mereció una especial redecoración en forma de escudos de armas del victorioso nuevo monarca Borbón. Éste, suprimió cualquier referencia a la enseña de la antigua Corona de Aragón, las cuatro barras, que siempre había figurado en el escudo de armas de la Casa de los Hasburgo. Ahora solo aparecían el león y el castillo de la fidelísima Castilla, con lo que quedaba entendido que los catalanes estaban ahora sometidos a la hegemonía de aquella nación.
Pero pese al ensañamiento, la capitulación sin condiciones y la ocupación militar, se cuenta que al día siguiente de la derrota del 11 de Setiembre los comerciantes de la ciudad “abrieron persianas” como si nada hubiese pasado, “Business as usual” como se dice en inglés. Claro, “la pela es la pela”. A poco a poco, la población de todos los estratos sociales olvidaron o callaron sus sentimientos políticos o nacionales y se fueron progresivamente concentrando en la economía.
Las obras de alargamiento del espigón del puerto fueron clave en la recuperación económica de la ciudad. El faro (hoy reloj) que se encuentra al final de la Av. Joan de Borbó marca un hito en el despegue económico que se experimentó entonces. Las casas que se conservan de mediados del Siglo XVIII en la Barceloneta son la mejor estampa de aquella nueva Barcelona decidida a progresar pese al control militar. Las casas de aquel barrio no podían superar el piso de altura dejando así visibilidad y tiro libre a los cañones de la fortaleza vecina de la Ciutadella, que controlaba posibles ataques marítimos. Ejemplos de la casa-tipo original de la Barceloneta los encontramos en C/St. Miquel con St. Carles y en C/Atlàntida a la altura del mercado.
Otras casas de más entidad, palacios, eran embellecidos en la fachada con la técnica del graffito. Tenemos ejemplos de ello en la Plaça George Orwell, Vía Laietana 50, Plaça del Pi o Plaça St. Just. La mayoría de los casos representan escenas idílicas del campo, Arcadias con juguetones puttis, o más serios atlantes, cariátides y bustos. Claro que Barcelona no era un París, Munich o Praga, pero supo rodearse de un económico rococó, un lifting regenerador y embellecedor.
Algunos de los ejemplos más notorios son aquellos que fueron encargados por los gremios. Ello indica la importancia de esos grupos en el tejido socio-económico de la ciudad. La sede de los Revendedores (germen de las actuales tiendas al menor) aun se puede admirar en la pl. Pi, así como la de los veleros (manufactureros de velas para barcos y telas de seda) en Via Laietana 50.
Repasemos como se lleva a cabo una obra de graffito: sobre la pared de piedra o ladrillo se dispone una capa de yeso o mortero de diferentes colores; entonces sobre la capa superior se comienza ha rascar resiguiendo un dibujo; como una especie de bajo relieve a la inversa. Este humilde rococó mediterráneo nos habla de una época de optimismo y creciente cambio en los valores a caballo de la Ilustración. Barcelona volvía a crecer demográficamente, el puerto recuperaba su pulso de exportación-importación y las primeras fábricas hacían su aparición en la ciudad.
Caminando por los silenciosos jardines neoclásicos del ‘Laberint d’Horta’, se puede respirar ese aire de orden, ese equilibrio que se consiguió en los últimos años del Siglo XVIII, en el ocaso del Antiguo Régimen y un industrialismo incipiente.
Aquel dinamismo se vio interrumpido por los problemas derivados de las ambiciones de Napoleón. La corona española había trabado hacia el 1807 una alianza con la Francia de Napoleón. El rey Carlos IV permitió que el ejército francés cruzase su reino para así llegar a Portugal y conquistarlo. Pero una vez las tropas se encontraron en la Península Ibérica, Napoleón forzó la abdicación del rey español y en su lugar entronizó a su hermano José Bonaparte. Barcelona, como tantas otras ciudades catalanas se vio ocupada por las tropas francesas y vio como se establecía una administración y gobierno francés. Esto representaba un desastre para la economía de Barcelona. Buena parte del comercio catalán se efectuaba con el Reino Unido, y el Mar Mediterráneo estaba bajo el control de la Armada británica. Ser aliados o parte del Imperio francés era pues perjudicial para el comercio catalán ya que ello implicaba el boicot británico.
En Barcelona, como en toda Catalunya, había un elevado sentimiento antifrancés. El recuerdo de las constantes ambiciones y agresiones territoriales del vecino junto con el mal comportamiento de las nuevas autoridades civiles y militares convirtió la ocupación en una pesadilla. Debemos a las tropas napoleónicas las primeras profanaciones de conventos e iglesias, el robo y desmantelamiento de importantes tesoros artísticos. El ocupante cargó de impuestos a una población que tenía así que sostener y alimentar a los militares. Se comenzaron a cerrar fábricas y negocios. La manufactura se quedó sin materia prima. El puerto volvía a quedarse huérfano de barcos mercantes. Barcelona se vaciaba de población.
Tan enervados estaban los barceloneses que ensayaron un complot. Este fue abortado y sus promotores llevados a la horca. Pasado el tiempo, a fin de dar homenaje a aquellos héroes se levantó un monumento en su honor en la pequeña plaza que hay enfrente del claustro de la catedral. Es un conjunto de azulejos sobre unos bancos de piedra en los que se narra la acción conspirativa de aquellos mártires, todo centrado por un conjunto escultórico en bronce obra del escultor Josep Llimona. Tiempos difíciles… Incluso el niño que se había dedicado a tocar la campana para reunir a la resistencia fue enviado a la horca por las autoridades francesas.
Cuando las tropas francesas acabaron con la ocupación, tanto la capital como el país estaban devastados. Pero buenos cimientos se habían ya preparado con anterioridad, lo que permitió que la ciudad entrase de lleno en los tiempos modernos.




LA ERA INDUSTRIAL
Un toque de neoclasicismo.
1714 marca el fin de la estatalidad de Catalunya. Des de entonces, se dice que los catalanes se concentraron en los negocios. Y fue del mundo rural de donde vino el empuje necesario para la recuperación económica y política del país. Tendríamos que retroceder al Siglo XV, a la Guerra Civil catalana. Una de las partes contendientes fueron los “Remences” (labradores), que lucharon para preservar su estatus de pequeños y medianos usufructuarios de la tierra. Este aspecto de la Guerra Civil catalana tiene muchos paralelismos con la Guerra de los Campesinos alemana (Deutsche Bauerkrieg), tan bien narrada y analizada por Friederich Engels en su ensayo sobre este tema.

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Gracias a la lucha de los labradores catalanes en aquella guerra tardo-medieval, pagada con tanta sangre y destrucción, la estructura de la propiedad de la tierra en Catalunya consolidó al pequeño y mediano propietario. Ello permitió que el labrador o payés se esforzase en mejorar los rendimientos de la tierra, obtener beneficios. A lo largo de los Siglos XVI y XVII la superficie de viñedos no paró de crecer. Y el vino se convirtió en el bien de exportación que posicionaría a la economía catalana en el camino de la industrialización.

En el umbral de la revolución industrial aquellos payeses se especializaron en producir bienes exportables como vino y frutos secos. Mientras tanto, en Barcelona comenzaron a aparecer factorías textiles. Ya antes de la ocupación francesa se manufacturaban en Barcelona las llamadas “indianas”, una pieza de algodón con estampaciones muy de moda entonces.
En el campo, en las granjas llamadas “masies” fue clave que la herencia de la propiedad recayese sólo en el mayor de los hijos. La tierra era pues indivisible. Esto empujó a los segundos hijos a buscar fortuna allende los mares o en la gran ciudad, Barcelona. La alternativa de tomar la carrera religiosa había caído en desuso. El que el comercio con America dejase de ser un monopolio de Castilla en 1780 gracias a la clarividencia del rey ilustrado Carlos III ayudó a este proceso arriba descrito y al resurgimiento en general de los puertos catalanes, valencianos y mallorquines.
Se puso en acción un círculo familiar virtuoso: productos de la tierra de la granja familiar eran enviados a Barcelona en donde un familiar se encargaba de contratar su exportación a America. Allí otro familiar o persona del pueblo efectuaba la venta y con la ganancia enviaba otros bienes de vuelta para ser vendidos en Barcelona, el mercado español o volverlos a reexportar con más valor añadido al Mercado Sudamericano. Algunos de aquellos hijos de granjeros o labradores llegaron a hacer importantes fortunas en America, Cuba especialmente. Algunos como los Bacardi se quedaron, mientras que otros regresaron, sobretodo con la independencia de Cuba. Con sus personas también retornaron sus fortunas y así se potenció la capitalización de la economía catalana. Estos personajes llamados cubanos o americanos se iban a convertir en los líderes de la nueva sociedad, basada en el Capital.
El “Port Vell” (puerto viejo) fue el epicentro del comercio transoceánico que hizo de Catalunya la locomotora de España. Des de allí, resiguiendo el antiguo muelle y la avenida, encontrarán muchos restaurantes especializados en Paella y marisco. Es lo que queda de la tradición marinera y pesquera del barrio de la Barceloneta.
También en el “Port Vell”, por la “Rambla del Mar”, encontramos un barco de cabotaje de la época muy bien preservado. Se llama St. Eulalia y es del tipo Pailebot. Está acondicionado para hacer trayectos por el puerto, como también hacen las populares “Golondrines” amarradas al lado del monumento a Colón. Las antiguas atarazanas, ahora museo marítimo, sería el sitio para reseguir la historia de la marinería de ultramar, junto con los aspectos sociales que ello conllevó como los movimiento migratorios. Aquella Barcelona que se benefició del comercio de ultramar tuvo su reflejo en la transformación urbana de la ciudad, en el aspecto de la ciudad.
“Plaça Reial” o “Els porxos del Xifré” en Passeig Colom son buenos ejemplos del urbanismo de entonces. Pero por aquellos tiempos, las murallas medievales aún se mantenían firmes, encorsetando la ciudad. Visto los cambios demográficos y las nuevas demandas socio-económicas, al consistorio municipal no le quedó otra alternativa que operar dentro del agazapado entramado de calles y callejuelas medievales, ampliando estas y abriendo algunas plazas.
El aspecto de las fachadas de la mayoría de las casas que hoy vemos en el Casco Antiguo es de esta época. Durante la tercera, cuarta, quinta y sexta década del Siglo XIX, muchos edificios se reformaron. Fachadas rebozadas con pétreos marcos para las ventanas, pesados balcones de grueso suelo y barras de hierro con elaborados motivos. En esta época es cuando el ladrillo hace su aparición con fuerza, cohabitando con la piedra, la arenisca de Montjuïc.
Para dar solución a la escasez de vivienda la única posibilidad era añadir pisos a fincas preexistentes, con ventanas progresivamente más pequeñas a medida que se ganaba en altura. El crecimiento demográfico (130.000 hab. hacia 1830) se tenía que absorber en la misma ciudad de siglos atrás, ya que las autoridades militares prohibían edificar fuera de las murallas. El espacio pues se tenía que encontrar en vertical. Así, lo que en el momento de la construcción de una finca se concibió como una cornisa, se torna en una línea longitudinal que pierde su función. Alzando la vista en el Casco Antiguo se ven muchos de estos casos.





ABAJO LOS CONVENTOS!
Modernización y reforma urbana.
A partir de 1836 se fueron encadenando una serie de reordenaciones radicales, destrucción y construcción de un sinfín de edificios por toda la ciudad. En el 1812 nació la Constitución de Cadiz, de corte bastante avanzado para la época. Pese a que esta Constitución no se desplegaría íntegramente, si dejó una semilla muy fructífera de liberalismo en tierras ibéricas. La salida de las tropas francesas en 1814 propició la restauración de la monarquía borbónica en la figura de Fernando VII. Pero el júbilo popular inicial pronto se tornó en hastío hacia un rey que aferrándose a los poderes absolutos del “Antiguo Régimen”, representaba un freno para los planes modernizadores de la burguesía y el ansia de libertad y justicia social de la clase trabajadora. Fue de esta manera como el Partido Liberal fue ganando adeptos siendo capaz durante unos años de formar Gobierno.

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Burguesía y trabajadores, menestrales y un incipiente proletariado, contra los privilegiados, ergo aristocracia e Iglesia. Pero mientras que la aristocracia supo adaptarse al capitalismo tomando una actitud más pragmática, la Iglesia se enrocó y decidió plantar cara a los cambios con la intención de preservar su status privilegiado. Apoyar a Carlos, el pretendiente tradicionalista al trono, fue la apuesta de la Iglesia. Esto, junto con el “Foralismo” vasco-navarro y catalán que se oponía a las políticas uniformizadotas de los Liberales en Madrid, provocó tres largas décadas de cruentas Guerras carlistas.

Así que los Liberales, representantes de la burguesía y la Clase trabajadora, se encontraban enfrentados a la Iglesia. Cuando los Liberales asumieron el poder aprobaron y desarrollaron la llamada “Desamortización de Mendizábal”, en la que propiedades eclesiásticas tanto urbanas como del campo se pusieron a pública subasta. Más que las propiedades vinculadas al obispado, quien pagó por la modernización de la sociedad fueron las Órdenes Monásticas. Se forzó a monjes y monjas a abandonar sus conventos. Y esos lugares en que la oración y la caridad había sido la regla se vieron substituidos por mercados de alimentación, plazas, teatros… En aquellos años el aspecto de la ciudad cambio radicalmente. Tengamos en cuenta que alrededor de un 80% de las propiedades eclesiásticas en Barcelona fueron expropiadas para dejar paso a las nuevas demandas sociales, y a la ambición y negocio burgués.
A aquella cirugía plástica que sufrió Barcelona consecuencia de la Desamortización, le habríamos de sumar la relocalización de los cementerios. Propiciado por el movimiento higienista y secularizador a lo largo del Siglo XIX se llevó a la práctica la externalización de los cementerios y su asunción como propiedad municipal.
Como se puede ver en la Plaça de la Vil.la de Madrid, los cementerios romanos se disponían a lo largo de las vías fuera de las murallas. Pero el paso del paganismo al Cristianismo condujo a un cambio diametral en las prácticas de exhumación. El deseo de enterrarse en tierra santa (al lado de un lugar sagrado) o incluso cerca de las reliquias de algún santo, acabó desembocando en cementerios intramuros al lado de las iglesias. Durante siglos, los habitantes de las ciudades estaban acostumbrados a las atmósferas enrarecidas que se originaban en los cementerios (vapores mefíticos).
Pero con la Ilustración se comenzarían a retomar prácticas ya casi olvidadas, es decir, la de llevar los cementerios fuera de los núcleos habitados. En el barrio del Poble Nou se dispuso el primer cementerio moderno de Barcelona. Allí se transportaron los restos de los cementerios parroquiales de dentro de la ciudad que des de entonces son plazas des de las que tener una perspectiva global de la iglesia. El diseño del cementerio del Poble Nou muestra los ideales de los que surgió: racionalismo, uniformismo, austero neoclasicismo que viene a expresar la aparición de la ciudadanía moderna.
La Desamortización de Mendizábal supuso un auténtico shock urbano. Se perdieron para siempre muchas, antiguas y excepcionales muestras de arquitectura, como el convento de los franciscanos que acabó siendo substituido por un pretencioso edificio militar al lado de la estatua de Colón. En otros casos, el heredero edilicio supo convertirse en un lugar emblemático, como el sucesor del convento de los Dominicos o el de St. Francisco de Paula. Ahora son el Mercado de St. Caterina y el Palau de la Música Catalana respectivamente. También mencionar algunos casos en los que claustros enteros e iglesias fueron desmantelados, sus piedras numeradas, puestas en cajas y llevadas a algún almacén, para años más tarde volver a ser literalmente reconstruidas en una localización diferente a la original. Dos ejemplos de estos “rescates” edilicios son las iglesias parroquiales de C/ Aragó con C/ Lluria y la iglesia de Rambla de Catalunya con C/ Provença.
1835, año en el que se produjeron los primeros alborotos que acabaron con varios conventos en llamas, junto con la consecuente desamortización de los bienes religiosos de 1836, fueron un punto de inflexión en la historia local. Como ya hemos comentado, ello tuvo su reflejo de una manera radical en la fisonomía y el urbanismo de la ciudad. Tocaba ensanchar las calles para favorecer el transporte y la higiene. Se redelinearon callejuelas sinuosas haciéndolas perfectamente rectas. Se colocaron elegantes lámparas y algunas fincas se construyeron siguiendo un plano maestro entorno a un patrón regular y sencillo ennoblecido con elementos clásicos. El barrio de “el Raval” es un buen ejemplo de aquello. Renqueando en decadencia, enfebrecido por los más creativos y alternativos de los moradores, hábitat de diferentes civilizaciones, los habitantes de “el Raval” parece como si acabasen de aterrizar en un extraño escenario victoriano congelado en el tiempo.
Mucho más apto para el turista tranquilo es la Plaça Reial, C/ Ferran y C/ Princesa. Son éstos perfectos ejemplos de una Barcelona que se encaramaba al cambio y la modernidad, aunque aún dentro de los límites de aquella ciudad antigua. Paseando por las calles Ferran y Princesa se aprecia la homogeneidad en las fachadas de las fincas, así como el trazado rectilíneo de las calles y su generosa anchura (si se compara con la estrechez de las calles medievales confluyentes).
Cuando se abrió la calle Ferran, por su pulcritud y modernidad, enseguida se convirtió en un eje comercial. Y gracias a un puñado de tiendas que han resistido el paso del tiempo, nos podemos imaginar la novedad que representava ir de compras, ese nuevo hábito ciudadano que era el consumismo. Algunos letreros de vidrio con grabados al ácido o el mobiliario del interior de algunas tiendas nos transportan a aquellas nuevas formas sociales incipientes. Podemos reflexionar sobre aquel nuevo mundo al alcance de la Burguesía; y la frustración que deberían sentir los miembros de un Proletariado en formación ante semejantes lujos inabarcables con un poder adquisitivo que no alcanzaba más allá de la supervivencia.
Como testimonios de aquel tiempo, las tiendas que han sabido preservarse generación tras generación han recibido el reconocimiento del Ayuntamiento en forma de placa. Es una losa metálica en el pavimento justo enfrente de la puerta en la que se representan una serie de profesiones con los iconos identificativos de los antiguos gremios. El restaurante “Can Culleretes” en C/ Quintana o una antigua farmacia en C/ Vidre son buenos ejemplos de estos establecimientos de vida longeva.
Plaça reial es otro ejemplo paradigmático de aquella Barcelona liberal. En el espacio que dejaron las ruinas del convento incendiado de los capuchinos, se construyó en 1848 una elegante plaza porchada, con cierto aire entre francés y colonial. El comercio con América vía Cuba trajo a Barcelona algo más que algodón y beneficios derivados del comercio. Esa conexión Cuba-Catalunya también indujo a cambios estéticos en Barcelona. La palmera, llenando el espacio de una manera tan decorativa, como las largas Washingtonias de la Plaça Reial, es un imput urbanístico-vegetal antillano de aquel periodo. Sin duda en aquella época había una demanda por amplios espacios en donde recrearse tomando por ejemplo un café mientras se ve pasar a la gente, y no como antes viendo como colgaban a los reos. El estilo mediterráneo de vivir, disfrutar de los espacios públicos bajo un clima generoso, se afianzó en esta época.
Los nuevos gustos residenciales también empujaron a la construcción de nuevas fincas como las de Plaça Reial o los bloques de pisos conocidos como los “Porxos del Xifré”. Los miembros de la burguesía querían pisos a la altura de su riqueza, a la moda, en zonas más aireadas que el agazapado entramado de la ciudad medieval. Las nuevas fincas muestran cierto espíritu entre alegre y serio a la vez. Se ha venido a llamar a este estilo “Isabelino” ya que fue desarrollado en tiempos de la reina Isabel II. Hablamos de un tipo de clasicismo aligerado por el color de las paredes rebozadas así como elementos para embellecer las fachadas como la colección de bajos relieves representando seres mitológicos, el horóscopo, motivos indianos, marítimos y portuarios. De hecho, el promotor de estas viviendas en donde Picasso pasó su adolescencia hizo su fortuna comerciando con Cuba.
Para la vergüenza nacional se tiene que recordar que ese “señor” Xifré, así como Antonio López y otros grandes magnates del industrialismo catalán, participaron probablemente en el tráfico de esclavos. Ese comercio se daba en los primeros estadios de la carrera de negocios del personaje. Después, cuando el emprendedor había ganado posición y prestigio, abandonaba aquel inhumano comercio para invertir en algún sector más decente.






NUEVOS HORIZONTES
Abajo las murallas!
Hacia la segunda mitad del Siglo XIX, Barcelona ya contaba con una población de 200.000 habitantes y las pequeñas villas colindantes de Sants, Gràcia y St. Andreu comenzaban a acumular más y más población. Los habitantes de estas áreas pasaron a engrosar las filas del proletariado. Sus calles, con ese aire de pueblo, sus plazas con casas de pocos pisos, nos hablan del tiempo de la formación de la clase obrera, de las primeras huelgas generales, de acciones ludistas (destrucción de máquinas), la lucha por la democracia o la oposición a ser reclutados para el servicio militar e ir a luchar a guerras coloniales como la de Marruecos. Cuando los industriales veían peligrar su posición, no dudaban en reclamar la intervención del brazo militar, negando así por la fuerza las demandas de más Derechos de las clases bajas y medianas.

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Pese a la existencia de la figura electa del alcalde, la última palabra la tenían los militares. Estos tenían al Capitán General como a su máxima figura en la provincia. La debilidad estructural del Estado español y la inestabilidad del gobierno central convirtió en ocasiones a esos capitanes generales en auténticos dictadores, dejando poco margen de maniobra a los alcaldes.

El poder y protagonismo de los militares no solo era un freno a la democracia sino al mismo desarrollo urbano. Barcelona era considerada como una plaza estratégica y bajo ese razonamiento se impedía cualquier construcción fuera de las murallas. Cualquier nueva construcción, casa o fábrica tenía que hacerse sitio en una hiperdensificada ciudad antigua.
Las frecuentes epidemias que diezmaban regularmente a la población también eran consecuencia de aquella obcecación de los militares, que impedían el crecimiento de la ciudad fuera de las murallas. Pero tras décadas de peticiones y gracias a la campaña de la sociedad civil “Abajo las murallas” se consiguió el beneplácito del Gobierno Central.
El derribo de las murallas fue una operación que supo autofinanciarse. Los bloques de piedra eran revendidos y con el beneficio de la venta se pagaba así la mano de obra. Muchas piedras se utilizaron como lambordas para pavimentar las calles. Aparte, el trabajo de desmantelamiento de las murallas que se desarrolló durante catorce años generó mucho empleo, como una especie de New Deal de la época.
Con la desaparición de las murallas en 1854 comenzó a aparecer una nueva ciudad, el “Eixample” (ensanche). Pero esta es otra historia, la de la moderna Barcelona que pese a volcarse sobre un nuevo espacio nunca olvidó el gran cuenco originario en donde había nacido y crecido. Allí sigue perpetuándose a caballo de las nuevas formas de vida y de la revolución turística. El hecho de que el diseño de la nueva ciudad (un plan maestro del ingeniero de caminos Ildefons Cerdà) contemplase pocas intervenciones en la ciudad antigua hizo posible la preservación de ésta. Durante 28 años más, hasta la celebración de la Exposición Universal de 1888, los barceloneses continuarían conviviendo con el panel de murallas que daba al mar, como último vestigio imponente de la antigua ciudad. Aquel era el paseo favorito de los barceloneses, mirando el ajetreo del puerto, siempre tan importante para la riqueza de la ciudad, encarando un mar fuente de prosperidad, genio del carácter de la ciudad.

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EPÍLOGO
Hemos repasado las edades de Barcelona, des de su nacimiento a la eclosión de la era industrial. Y recordando las glorias de la Edad Media y como todo cayó en el olvido, reflexionamos sobre las consecuencias positivas de la decadencia. ¿Si Barcelona hubiese galopado ininterrumpidamente en fama y prosperidad, hubiese desaparecido su valioso patrimonio gótico? Que los Siglos XVI y XVII fueran para Barcelona tiempos de relativo estancamiento garantizó la preservación de la antigua arquitectura. Sin excedente para invertir en engrandecer o substituir los antiguos edificios, estos tuvieron que continuar utilizándose. Y es que las obras bien hechas, no tienen fecha de caducidad.



CALLES QUE SE MENCIONAN, SU LOCALIZACIÓN Y SIGNIFICADO
Las letras A, B, C, D obedecen a los cuadrantes superior izquierdo, superior derecho, inferior izquierdo e inferior derecho partiendo de la confluencia de Via Laietana con C/ Ferran y C/ Princesa.
La Barceloneta se encuentra en el apéndice inferior de la página derecha.
El Raval es el area reflejada con una fotografía aerea, en la página izquierda.
- C/Ample (ancha) - C
- Plaça de l’Àngel – Centre A,B,C,D
- Plaça dels Àngels - 3
* C/ Aragó - Fuera
- C/ Ataülf (rey visigodo) – 5 C
- C/ Atlàntida – 6 Barceloneta
- C/ Avinyo - C
- C/ Banys Nous (nuevos baños) -8 A
- C/ Bisbe (obispo) - A
- C/ Boria – 9 B
- C/ Call - A
* Rambla de Catalunya - Fuera
- C/ Ciutat (ciudad) - C
- Passeig Colom – 13 C
- C/ Comerç (comercio) – B D
- C/ Comtes (condes) - A
- C/ Correu Vell (correo viejo) – 16 C
- C/ Duran i Bas – 17 A
- C/ Elisabets -19 Raval
* Passeig de l’Exposició - Fuera
- C/ Ferran - Eje A C
- C/ Flassaders (los que hacen sábanas) – 22 D
- C/Freneria (herreros) – 23 A
- C/ Fruita - 24 A
- Plaça George Orwell - 25 C
- C/ Hospital – 25 Raval
- C/ Ignasi de Loyola – 26 B
- Avinguda Joan de Borbó – 27 Barceloneta
- Via Laietana (via de los layetanos, la tribu íbera que asentada en la zona de Barcelona) – Eje A B C D
- C/ Llibreteria (librería) – 29 A
* C/ Llúria (en homenaje a Roger de Llúria, comandante del cuerpo mercenario de los Almogàvers). - Fuera
- Placeta Manuel Ribé – 30 A
- C/ Mercaders – 31 B
- C/ Mercè – 32 C
- C/ Mirallers (los que hacen espejos) - 33 D
- C/ Moles (muela) – 34 A
- C/ Montalegre – 36 Raval
- C/ Montcada - D
- C/ Palla (paja) – 38 A
- Avinguda Paral.lel -39 Raval
- Pla de Palau (esplanada del palacio) – 40 D
- Plaça del Pedró – 41 Raval
- C/ Pi (pino) - A
- Plaça del Pi - A
- Avinguda Portal de l’àngel - A
- C/ Princesa – Eje B D
* C/ Provença - Fuera
- C/ Quintana – 47 A
- Les Rambles – 48 A C
- C/ Regomir – 49 C
- Plaça del Rei – 50 A
- Plaça Reial – C
- Ronda St. Antoni – 52 Raval
- C/ St. Carles – 53 Barceloneta
- Baixada de St. Eulàlia (bajada de St. Eulàlia) – 54 A
- Plaça St. Felip Neri – 55 A
- Plaça St. Iu (San Ivo) – 56 A
- Plaça St. Jaume (Jaime) – A C
- Plaça St. Just – 58 C
- Plaça St. Miquel – 59 Barceloneta
- C/ St. Miquel – 60 Barceloneta
- Ronda St. Pau - 61
- C/ St. Pau – 62 Raval
- Ronda St. Pere - B
- Placeta de St. Ramon Amadeu – 63 A
- C/ St. Sever – 54 A
- C/ Sots Tinent Navarro – 66 C
- C/ Tallers – 67 Raval
- Tapineria (de un tipo de sandalias) -68 A
- C/ Templers (templarios) – 69 C
- Ronda Universitat – 70 Raval
- C/ Veguer – 71 A
- C/ Vidre (vidrio) – 72 D
- Plaça de la Vil.la de Madrid - A
* Calles situadas en lo que antaño fue extramuros. Fuera del mapa.

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